domingo, 2 de marzo de 2014

La ciudad muerta

Terminó de subir por la oxidada escalera de metal. Estaba en la cima de aquel mirador. Era un tanto peligroso, ya que no había medidas de seguridad y un mal paso lo haría precipitarse desde una altura muy cercana a los 50 pisos o más, pero merecía la pena, había encontrado unos prismáticos y aunque una de las lentes estuvieran rajadas, aún podía darles un buen uso y buscar algo interesante, todo dependía de la suerte.

No encontró nada digno de mención, todo estaba igual de quieto e inmutable que hacía ya semanas, ¿o habían sido meses? Ya no lo sabía, hacía mucho que había perdido la noción del tiempo en aquel mundo en el que todos habían muerto. Bajo la escaleras lentamente. La calle por suerte estaba despejada, ninguno de esos monstruos se había dado cuenta de que estaba allí, tenía que aprovechar aquella situación, así que echó a correr rumbo a su escondite.



Primero giró a la derecha, entró en un callejón, escaló un pequeño muro y saltó, cayó rodando y siguió corriendo, no tenía tiempo que perder. Giró a la derecha y se encontró de frente un par de zombies. Tuvo que frenar en seco. Avanzó lentamente buscando en el cinturón el hacha y antes de que lo detectaran acabó con uno.

Por desgracia, el otro zombie, le detectó, así que retrocedió rápidamente  buscó en el suelo algo con lo que atacar. Le lanzó un ladrillo con el que lo derribó para luego rematar.

Echó a correr de nuevo, estaba seguro que habría atraído a más de ellos. El atacar, huir, el no para de buscar, el no dejar nunca por encima del hombre se había convertido en su día a día desde aquello comenzó y aunque le costase admitirlo, se había acostumbrado a vivir en aquella metrópolis decadente de muerte y horror.

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