miércoles, 30 de octubre de 2013

El hombre sin sombra

Estaba tras él, podía notarlo. No importaba cuanto corriese, ni lo bien que se escondiera, siempre estaba detrás suyo al girarse. Podía verlo, en la pared, en el suelo o proyectado en cualquier superficie. Estaba en su sombra, acosándolo, riéndose de él.



Sus ojos rojos se clavaban en él cada vez que observaba la antinatural mancha, negra como la tinta. Todos los días, a todas horas, una y otra vez, le atormentaba, susurrándole al oído, en el trabajo, en casa, con sus amigos, tarareando aquella macabra canción.

Dime, dime hoy 
El hombre sin sombra soy
Allá a donde vas voy
Robaste mi gran tesoro
y no me conformaré con oro
Corre y corre sin parar
El hombre sin sombra te va a atrapar
No importa donde, te va a cazar.
nunca mires atrás, no te gires,
O el hombre sin sombra hará que grites

Todos los días una y otra vez, lo cantaba aquella sombra, regodeándose entre risas mezquinas. Pero era aun peor cuando soñaba. En sus sueños, la sombra se convertía en un hombre, alto, mucho más alto que él, flaco y vestido con una harapienta chaqueta larga. En ellos, el Hombre Sin Sombre le seguía, con su mirada turbia, pero no corría tras él, simplemente, cada vez que si giraba, estaba ahí. A veces conseguía correr suficiente y que no lo atrapaba, pero no era lo normal. El Hombre Sin Sombra se regocijaba haciendo que creyese que por fin había escapado de él, no estando allí cuando se girase, pero apareciendo justo en frente suyo. Cada vez que lo atrapaba, sus delgados dedos le agarraban con fuerza, y sus dientes, amarillos, afilados y torcidos se hincaban en su carne, haciéndole sentir un horrible dolor hasta el momento en que despertaba.

Durante meses el hombre se preguntó qué había hecho para despertar la ira de ese demonio y para acabar de rematarlo, cada vez que intentaba contárselo a alguien, se reía de él y lo llamaba loco. Pero él lo sabía, sabía que aquello no era solo un producto de su imaginación. Pero entonces ¿que había causado todo aquello? No lo sabía, por más que intentara recordar, solo podía oir la voz de la criatura en su cabeza. Una noche, él decidió probar algo, matarlo. Quería deshacerse de él, para siempre. Reunió todas las luces de su casa; lamparas, flexos, linternas... Todo. Las puso a su alrededor y dibujó un circulo con tiza en el suelo, de forma que todas las luces apuntara hacia él. 

Dime, dime hoy
El Hombre Sin Sombra soy
te sigo y no me voy

Aquello sabía lo que estaba haciendo. Su voz sonaba furiosa cuando cantaba, dentro de su cabeza. Pero ya era tarde para echarse atrás. Empezó a encender las luces. una por una, notando como la ira de la criatura aumentaba.

Te llevaste mi gran tesoro
Y tu cordura me cobro

Se puso en el centro, donde todas las luces apuntaban, esperando ver como se deshacían sus sombras, una tras otra, pero, algo fue mal, las sombras no se diluyeron, como él esperaba, sino que se volvieron más oscuras.

Corre y corre sin parar
El hombre sin sombra te va a atrapar
No importa donde, te voy a cazar.


Desde cada una de sus sombras se empezó a levantar un bulto, que cada vez se volvía más y más grande. Pronto, ya no eran bultos sino que tomaron la forma de una persona, alta, esbelta y de grandes ojos rojos, dientes amarillos y retorcidos. Cuando quiso darse cuenta, estaba rodeado por al menos seis de ellos. Estaba muerto. Aun le latía el corazón, pero sabía que venía a continuación. Entonces, recordó, recordó al tipo del puesto de Voodoo del que se había burlado, semanas atras. Era un hombre paliducho y de aspecto enfermo y a él le pareció gracioso meterse con el vendedor y quitarle el collar que llevaba, que supuestamente tenía poderes mágicos. "Pero no te protege de mi ¿verdad?" le había dicho.

 Ya puedes mirar, ya te puedes girar
Hagas lo que hagas, vas a gritar.

Solo un grito y los seis monstruosos seres clavaron sus dientes en su carne, desollandolo lentamente, para que no muriera de inmediato sino que muriera entre dolor y agonía. Cuando todo terminó. Solo había un hombre, flacucho, delgado y mal vestido sobre un charco de sangre. Con cuidado, el Hombre Sin Sombra, dejó una carta de tarot sobre el montón de vísceras; la carta de la muerte. Allí, de pie y con restos de sangre en la boca, el hombre delgado solo susurró un último verso antes de desvanecerse entre las sombras

El hombre sin sombra soy

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