Paul no descansó en toda la subida. Nunca había sido bueno en ningún deporte, y su fuerza física dejaba mucho que desear, pero no podía abandonar a sus hermanos. Tenía que salvarlos. Al fin, llegó a la cima y contempló un paisaje plano delante de él. Todo era negro, salvo una sombra gigante a lo lejos. Había algunas llamas azules cerca.
Tras
andar un rato, llegó al lugar deseado. Un trono gigante se encontraba ahí, y
sentado sobre él, un anciano barbudo y pálido observaba a Paul desde lo alto.
Intimidado por su autoridad, Paul hizo una reverencia.
“Levántate
mortal. ¿Qué es lo que haces aquí?” Paul temblaba, pero se atrevió a alzar la
vista. El gigante medía ahora lo mismo que una persona normal y lo miraba a los
ojos, esperando la respuesta.
“Pues…
Yo… Verá… Llegué aquí con mis hermanos bajando por un agujero tras oír un
grito, señor-Titubeó Paul.
-¿Y
dónde están tus hermanos ahora?
-En
el Tártaro y en los Campos Elíseos, señor. Mientras buscábamos la salida,
quedaron atrapados, señor.
-¿Y
sigues buscando la salida?
-Sí
señor. Pero antes me gustaría sacar a mis hermanos, señor.”
Hades
se lo pensó un rato.
“No
puedo hacer eso sin obtener nada a cambio. Tus hermanos pagaron su ignorancia y
si lo que quieres es salvarlos, has de darme algo a mí.
-No
tengo nada conmigo que pueda serte de utilidad, señor.
-Entonces
tendrás que ir a buscar algo. ¿Has oído hablar del Jardín de las Hespérides?
-Claro,
Hercules ya fue allí para obtener las manzanas de oro, señor. ¿Quiere que le
traiga una, señor?- Preguntó, asustado.- ¿Cómo podría llegar allí, señor? ¿Y el
dragón, señor?”
Hades
chasqueó los dedos y una llama azul apareció al lado de Paul. Una joven llegó
al lado del Dios con un pequeño saco. Esta era pálida y tenía el pelo negro y
largo. Dejó el saco en el suelo y sacó todo lo que había.
“Joven…
¿Alguna vez te has preguntado a donde van las bestias que mataron los héroes?
-No,
señor.
-Pues,
cómo el resto de muertos que no aparecieron en las historias de la mitología,
están en los Campos Asfódelos. –Explicó Hades.-
Lugar que has de atravesar si quieres llegar hasta el Jardín de las Hespérides.
Por eso, necesitarás protección.”
Todos
los objetos estaban ya en línea. Una pequeña ánfora con uvas pintadas, un par
anillos de plata con un arco con flechas grabados en cada uno, un tenedor de
tres puntas, una lanza en miniatura y una pequeña maza.
“Cada
uno de estos objetos tiene un poder. -Explicó Hades.- Escoge uno de ellos para
defenderte de los enemigos que a partir de ahora te encontrarás.”
El
adolescente miró fijamente cada uno de ellos.
“Podría
perder fácilmente cualquiera de estos objetos o tardar en sacarlos de la
mochila… Pero los anillos puedo tenerlos siempre puestos…” Decidido, Paul
avanzó y recogió los anillos.
“Colócalos
en el dedo corazón, uno en cada mano.” Ordenó Hades. Al hacerlo, Paul sintió
cómo sus fuerzas volvían a él.
“Ahora
ve. Tráeme unas cuantas manzanas de oro.
-Gracias,
señor.”
Paul
salió corriendo detrás de la llama. Por cada paso que daba, la llama avanzaba
siempre que él lo quisiera, cómo leyendo sus pensamientos, y se paraba cuando
estaba cansado.
“Bien,
Perséfone. ¿Qué crees?
-Que
vamos a obtener un buen aliado. ¡Y una buena comida, al fin!
-Sí…
Hacía tiempo que no llegaba otro cómo él…"
Genialísimo, sigo adorando esa mitología que tan bien queda aquí. Mi enhorabuena, un capítulo muy bueno. Deseando estoy que sigas :D
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