Llegaron
hasta un gran lago. Dada la escasa luz, no se veía ningún límite, así que
podría llegar a ser hasta un maro un océano. Pero lo más impresionante, era la
gente. Con la mirada perdida, todos pálidos cómo la nieve y en ropa interior,
algunos lanzaban algo al agua y se iban flotando sentados sobre el agua, otros
se dirigían hacia los lados, al no poder pasar por el agua. Era imposible
meterse en el agua. Algo, lo hacía imposible, un impulso, una repulsión, un
aviso. O una amenaza.
Paul
estudió la escena. Ninguno de los hermanos Mythos conocía el lugar, y la gente
que veían pasaba de ellos, andaba sin ganas, y parecían tener un rumbo fijo,
conocido de antemano. Pero ellos no tenían ningún rumbo. Paul aguzó un poco la
vista en los muertos que flotaban sobre el agua. Bajo ellos, el agua se
apartaba. Una luz se encendió en la cabeza del joven genio, que sacó tres
dracmas de oro, que habían dado lugar a la discusión con el profesor de
historia antes de salir del instituto y le dio una a cada uno de sus hermanos.
“A
la de tres tiramos las monedas al agua. Una, dos y… ¡TRES!” Las tres dracmas
cayeron al agua y una barca apareció, dirigida por un anciano con un remo. Iba
vestido con una túnica de color gris y llevaba una larga barba blanca.
“Subid.-Dijo
el anciano.
-¿Quién
es usted? ¿De donde ha salido?- Preguntaron los gemelos al mismo tiempo. Paul
ya estaba montándose en la barca.
-Este,
es Caronte, el barquero de los infiernos, y esto, es el Rio Aqueronte.”
De
hecho, al subirse, lo que podía ser un lago, no era más que un río, uno muy
ancho y profundo.
Caronte,
sin decir una sola palabra durante el trayecto, los llevó al otro lado del río
y, tras despedirse, los dejó en la orilla y desapareció.
Los
tres hermanos se giraron y vieron ante sí una gran puerta a unos 50 metros.
Pero lo que miraban era más bien el guardián de la puerta, un gran perro de tres
cabezas. “Gran perro” en el sentido de medir unos 3 o 4 metros de algura y 6 o
7 de longitud y “de tres cabezas” en el sentido de que 6 ojos estaban mirando a
los hermanos, tenían 3 bocas babeando y un solo cuerpo para sostenerlas.
“Cerbero”
susurró Paul, estupefacto. Pero entonces, recordó uno de los cientos de mitos
que tenia memorizados. Sacó el pastel de cerámica y se acercó al perro. Lo dejó
a unos 20 metros de éste y, cuando Cerbero lo vió, salió disparado.
“¡CORRED!”
Gritó Paul, aunque no hizo falta, ya que sus hermanos ya le habían agarrado por
los brazos y corrían hacia la abertura que el gran can había dejado al moverse,
normalmente escondida tras su cuerpo. Acababan de salir de la sala cuando
Cerbero chocó contra la puerta, ya que
había descubierto el engaño al intentar comerse la aparentemente dulce tarta.
Ahora,
estaban en otra sala. Este era circular, y tres grandes pilares estaban
situados a la derecha, a la izquierda y delante. Una puerta abierta se situaba
al pie del pilar de enfrente. Solo que claro, si mirabas hacia arriba, veías a
tres hombres sentados con plumas y mirando la abertura. Paul, los conocía,
claro, y sabía que no ocasionaban
ninguna molestia. Ninguna, si estabas vivo. Por suerte, ellos lo estaban, pensó
Paul. Siguieron su camino, y salieron por la puerta, que daba a una bifurcación.
Una montaña escarpada separaba el camino en una bajada, de donde salía una luz
blanca y una subida, de donde salía una luz roja. Ninguno de los tres hermanos
sabía que camino escoger.
Muy bueno. Y me mola la inclusión de los clásicos.
ResponderEliminarGenial, me ha encantado la referencia mitológica. GENIAL. Más, más, quiero más!
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