viernes, 13 de abril de 2012

El mundo subterráneo #3


Llegaron hasta un gran lago. Dada la escasa luz, no se veía ningún límite, así que podría llegar a ser hasta un maro un océano. Pero lo más impresionante, era la gente. Con la mirada perdida, todos pálidos cómo la nieve y en ropa interior, algunos lanzaban algo al agua y se iban flotando sentados sobre el agua, otros se dirigían hacia los lados, al no poder pasar por el agua. Era imposible meterse en el agua. Algo, lo hacía imposible, un impulso, una repulsión, un aviso. O una amenaza.


Paul estudió la escena. Ninguno de los hermanos Mythos conocía el lugar, y la gente que veían pasaba de ellos, andaba sin ganas, y parecían tener un rumbo fijo, conocido de antemano. Pero ellos no tenían ningún rumbo. Paul aguzó un poco la vista en los muertos que flotaban sobre el agua. Bajo ellos, el agua se apartaba. Una luz se encendió en la cabeza del joven genio, que sacó tres dracmas de oro, que habían dado lugar a la discusión con el profesor de historia antes de salir del instituto y le dio una a cada uno de sus hermanos.
“A la de tres tiramos las monedas al agua. Una, dos y… ¡TRES!” Las tres dracmas cayeron al agua y una barca apareció, dirigida por un anciano con un remo. Iba vestido con una túnica de color gris y llevaba una larga barba blanca.
“Subid.-Dijo el anciano.
-¿Quién es usted? ¿De donde ha salido?- Preguntaron los gemelos al mismo tiempo. Paul ya estaba montándose en la barca.
-Este, es Caronte, el barquero de los infiernos, y esto, es el Rio Aqueronte.”
De hecho, al subirse, lo que podía ser un lago, no era más que un río, uno muy ancho y profundo.
Caronte, sin decir una sola palabra durante el trayecto, los llevó al otro lado del río y, tras despedirse, los dejó en la orilla y desapareció.

Los tres hermanos se giraron y vieron ante sí una gran puerta a unos 50 metros. Pero lo que miraban era más bien el guardián de la puerta, un gran perro de tres cabezas. “Gran perro” en el sentido de medir unos 3 o 4 metros de algura y 6 o 7 de longitud y “de tres cabezas” en el sentido de que 6 ojos estaban mirando a los hermanos, tenían 3 bocas babeando y un solo cuerpo para sostenerlas.
“Cerbero” susurró Paul, estupefacto. Pero entonces, recordó uno de los cientos de mitos que tenia memorizados. Sacó el pastel de cerámica y se acercó al perro. Lo dejó a unos 20 metros de éste y, cuando Cerbero lo vió, salió disparado.
“¡CORRED!” Gritó Paul, aunque no hizo falta, ya que sus hermanos ya le habían agarrado por los brazos y corrían hacia la abertura que el gran can había dejado al moverse, normalmente escondida tras su cuerpo. Acababan de salir de la sala cuando Cerbero chocó  contra la puerta, ya que había descubierto el engaño al intentar comerse la aparentemente dulce tarta.

Ahora, estaban en otra sala. Este era circular, y tres grandes pilares estaban situados a la derecha, a la izquierda y delante. Una puerta abierta se situaba al pie del pilar de enfrente. Solo que claro, si mirabas hacia arriba, veías a tres hombres sentados con plumas y mirando la abertura. Paul, los conocía, claro,  y sabía que no ocasionaban ninguna molestia. Ninguna, si estabas vivo. Por suerte, ellos lo estaban, pensó Paul. Siguieron su camino, y salieron por la puerta, que daba a una bifurcación. Una montaña escarpada separaba el camino en una bajada, de donde salía una luz blanca y una subida, de donde salía una luz roja. Ninguno de los tres hermanos sabía que camino escoger.

2 comentarios:

  1. Muy bueno. Y me mola la inclusión de los clásicos.

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  2. Genial, me ha encantado la referencia mitológica. GENIAL. Más, más, quiero más!

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