Jason no tardó mucho en llegar al lugar de destino,
una cueva escondida tras unos árboles y zarzales. La cueva llevaba a un pequeño
pasillo, a medida que avanzaba las antorchas se encendían, primero de un rojo
vivo volviéndose más y más azules a medida que avanzaba para finalmente ser llamas
negras. El pasillo terminaba frente a un gran portal decorado con piedras
preciosas que emanaban luz propia. Ocho joyas formaban un círculo, cada una de
diferente color: verde, azul,
rojo, amarillo, marrón, transparente, blanca y negra. En el centro, con los
mismos colores, estaba dibujada una línea doblada por el centro. “La suerte
está echada…” Jason empujó la puerta y entró.
Bella tenía ante sí un extraño dibujo de una larga
serpiente, hecha de con trozos de oro y dos rubíes como ojos. “¿Qué habrá tras
esta puerta? ¿Qué tal estarán los otros? Solo hay una manera de saberlo…” La
joven empujó la puerta y entró.
Era un gran cuarto circular, iluminado por antorchas lo largo de toda la
sala. En el centro había un cofre, pero una gran Cobra Cúpida estaba enroscada
sobre este, observando a Bella. Las cobras cúpidas son cobras rosas en cuya
“capucha” se encuentra un gran corazón rojo. Sus ojos rojos pueden usar una
magia hipnótica para paralizar al enemigo. Bella chasqueó su látigo para
intimidar a la serpiente. La cobra automáticamente empezó a escupir veneno sin
descanso. La acróbata se lanzó hacia un lado haciendo la rueda esquivando todos
los disparos y en cuándo vio que había terminado se lanzó hacia delante y
golpeó a la serpiente con su látigo. “Este no será un combate fácil…”
Ramón
llegó al final de su pasillo ya completamente decidido a cumplir su cometido.
Ni siquiera se fijó en el dibujo de su puerta, pasó directamente a la sala
circular. Entre él y el cofre no había nada. Observó los alrededores, completamente
vacíos de vida. Sin embargo, al dar un paso, frente al cofre salió un poco de
hierba. Poco a poco empezó a salir un tronco y finalmente nació un gran
monstruo de madera, recubierto de hojas y musgo. Un elemental de madera, fuerte
como un roble y alto como un ciprés apareció en la sala. El elemental levantó
el brazo y destrozó el lugar en el que se encontraba el monje. De un salto
Ramón esquivó el brazo y subió por él. Llegó a la cabeza dio una patada y
cayendo al suelo de nuevo. El gigante de madera cayó hacia atrás, pero sus pies
no se despegaron del suelo. “Este cabeza de alcornoque está pegado al suelo con
raíces. Probablemente se regenere gracias a ellas.” Dedujo Ramón, mientras el
elemental de madera se ponía en pie. “Parece que esto es una de esas cosas que
hay que cortar de raíz.”
“¿Eres
tú mi enemigo?” Jason se
encontraba frente a un anciano. El viejo aclaró “¿Vienes a por el contenido del
cofre? Si así es… muere” y acto seguido desenvainó su espada lentamente. Era
una katana, hacía juego con las ropas del anciano, un kimono ancho de color
blanco.
“¿No desenvainas tu arma?
-Yo mismo soy mi arma” y se preparó en posición de defensa.
El viejo samurai atacó con un tajo vertical al cuello. Prediciéndolo Jason
paró el corte con su guante de la mano izquierda. Una de las cosas que había
aprendido durante todos estos años era la gran resistencia del guante,
haciéndolo prácticamente impenetrable. El anciano samurai esquivó el gancho
derecho de Jason y dio un paso hacia atrás. “¡A ver si puedes defenderte de
esto!” El anciano cargó su golpe y se preparó para dar una tormenta de
estocadas. Pero cuando el primer golpe iba a acertar Jasón agarró la katana con
su mano izquierda. “No tengo tiempo para estas tonterías. Debo destrozar a
Darvid y tengo mucha prisa. No tengo tiempo de tirar toda esta escoria a la
basura.” La espada se volvió polvo a sus palabras. Jason propinó un puntapié al
estomago del samurai.
“Ah, la juventud de hoy en día… Cuanta prisa…” El anciano empezó a brillar y
desaparecer, el polvo dorado flotando en el aire desapareciendo en el techo. El
cofre se abrió, con una música mientras el tesoro en su interior salía
lentamente, flotando.
El
combate contra la cobra cúpida se estaba alargando innecesariamente. Los otros
ya debían de haber terminado y Bella no podía permitirse ser la última. La serpiente se disponía a volver a
disparar una retahíla de escupitajos venenosos, pero la joven acróbata lo vio
venir. Rápidamente de un golpe de látigo arrancó uno de los colmillos de la
cobra. Retorciéndose de dolor la serpiente rosa se lanzó con furia hacia Bella. Agachándose e impulsándose con
una mano dio una patada a la
mandíbula de la serpiente y dio una vuelta hasta el colmillo en el suelo.
Agarrándolo con fuerza usando la mano libre mantuvo a raya la cobra con el
látigo. Sin embargo, en el momento en el que dejó de mover el brazo la
serpiente avanzó a toda velocidad hacia ella. Hacia su trampa. En el segundo en
el que la cobra saltó hacia su victima, buscando los ojos de su victima, se dio
cuenta de que esta no tenía los ojos abiertos. Esquivando con un simple giro
Bella pisó la cola de la serpiente con fuerza y abrió los ojos, clavando
rápidamente el colmillo envenenado en la cabeza de la cobra cúpida. Ni siquiera
ella podía soportar su propio veneno a través de sus venas, el combate había
terminado El cofre se abrió, con una música mientras el tesoro en su interior
salía lentamente, flotando.
Correr
de un lado a otro no servía de nada. El elemental era muy resistente y debido a
su altura llegaba a cualquier punto de la sala sin necesidad de moverse. Ramón
no podía permitirse un solo golpe. Uno solo y estaría en una clara desventaja.
Corrió hacia el gigante cuándo vio venir el puño descomunal dio una vuelta
hacia delante. Estaba entre las piernas del elemental de madera, y este no
tardaría en verlo. Puso su mano
abierta frente a él y cargó un puño derecho. Con un grito golpeó el pie del
coloso varias veces y de una patada se impulsó hacia el otro lado, golpeando
con igual brío. Se tiró al suelo boca abajo y evitó por poco el manotazo del
elemental. Escaló el coloso de madera hasta la cabeza y se concentró en este
golpe. Con el canto de la mano partió la cabeza en dos y bajó. Esto no bastaba,
claro está, era un elemental y gracias a sus raíces podía regenerarse rápidamente.
Pero no por mucho tiempo. Humo empezó a salir de las piernas del gigante y su
cabeza no tardó en inflamarse también.
Las piernas juntas y su brazo derecho tras la espalda Ramón observó la
escena, con la mano derecha abierta delante de él, cubierta por su magia de
fuego. El elemental no tardó en volverse nada más que cenizas, el enemigo había
sido erradicado. El cofre se abrió, con una música mientras el tesoro en su
interior salía lentamente, flotando.
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