lunes, 11 de marzo de 2013

Lullaby #Sueño1

Fue bastante chocante. Yo nunca había tenido sueños como aquel, como lo que la gente llamaba sueños "normales". Estaba allí, pero no era realmente yo, sino más bien una presencia observando. Neblinosa, sin cuerpo ni voz. 

Estaba en medio de un gran jardín, lleno de plantas increíbles, lleno de animales, con un gran árbol en medio. El cielo estaba despejado y el sol, pequeño y azulado, estaba en su cenit. Habían dos personas en sentadas a la sombra del gran manzano, un hombre y una mujer. Él tenía el pelo castaño, largo y liso, cayendo sobre sus hombros, perfectamente ordenado, con la frente despejada. Sus ojos eran de color miel, con una pequeña espiral de luz surcándolos desde la pupila. Vestía una camisa y unos pantalones de un blanco inmaculado y sonreía feliz. Pero, lo que más me llamó la atención fueron sus alas. Unas preciosas alas de águila que le brotaban desde los omóplatos, a partes marrones y a partes blancas, como las de un águila imperial. Era Belphegor, pero su rostro tenía algo distinto, como si un halo de luz tranquilizadora lo rodeara. Ella, por otra parte, llevaba un vestido blanco, muy simple, que le llegaba hasta las rodillas. Tenía el pelo rizado y corto, con unos ojos de un color azul increíble y, como Bell tenía alas que le brotaban de la espaalda, pero las suyas eran más pequeñas y elegantes, de un blanco impoluto. No podría describir con palabras lo hermosa que era. Pero no era algo sobrenatural como Szeva, era algo tan simple y único que simplemente, no se puede comparar con nada... Pero los ángeles sí que tenían una palabra para ello: Gabriel.

Estaban hablando de cosas triviales; comida, tiempo, música... hasta que Bell le rozó la mano levemente, con timidez y luego, se besaron, con ternura.  Realmente me pareció que, para ser ángeles, no se distinguían mucho de cualquier pareja de enamorados. Simplemente no podía ver como aquello podía estar mal.

Pero entonces vi (o más bien sentí) algo que perturbaba la escena, aunque Bell y Gabriel no lo notaran. Entre los arboles, había otro ángel. Un ángel con alas doradas y luminosas como el mismísimo Sol. Y en sus ojos, al igual que en los de los otras dos ángeles había una espiral de luz. Pero en esos hermosos ojos plateados había algo más: Envidia. Una envidia desmedida e hiriente.

Antes de que pudiera gritar para avisarles del intruso, todo se volvió blanco, llevándome de vuelta a la realidad. Desperté empapado en sudor, en la cama en la que me había acostado. Aun faltaba un buen rato para el amanecer. me pasé todo lo que quedaba de noche preguntándome quien era aquel ángel y por qué había tenido aquel sueño 

Fuera quien fuese aquel ángel, había algo que lo unía a Bell. Y tuve la sensación de que, en algún momento, nos encontraríamos. Para bien o para mal.

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