martes, 22 de enero de 2013

La casa del árbol

Cruzó la valla de madera por el boquete que aún, tras más de 10 años, seguía sin arreglar. Había pasado por allí cientos, no, miles de veces. Cuando era niño el otro lado de la vaya era el lugar de reunión habitual cuando quedaba para jugar.

Trastabilló un poco al pasar el otro pie. Ya no era tan pequeño como antaño y no le era tan fácil pasar.



Al otro lado todo seguía como siempre, en otoño, la fecha actual, todos los árboles habían renunciado a sus hojas para poder crear una crujiente alfombra de tonos anaranjados, amarillos y marrón.
Observó aquella estampa y una vez más se le vino a la mente las mil y una aventuras que había corrido de pequeño. 

Se dejó llevar por sus recuerdos y se introdujo en el bosque acompañado por el frío viento, su pasado y el crujido de las hojas. Aquella extraña mezcla lo hipnotizó y lo llevó a lo más profundo de su subconsciente. 
Para cuando había vuelto en si estaba ante un enorme árbol. Lo reconoció al instante. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Alzó la mirada y allí estaba, una vieja y destartalada casa hecha de viejos tablones de madera. Era evidente que era obra de unas niños, aunque estaba tan bien trabajada que cualquiera diría eso. Era alta, grande, el sabía que espaciosa, con una especie buhardilla donde guardaban las cosas y un balcón que rodeaba toda la cabaña.

Se acercó a la base del árbol, la cual estaba llena de pintadas  dibujos tallados en la madera. Paso la mano por ellos y se dejó llevar una vez más por los recuerdos. Ojalá pudiera volver a aquel tiempo en el que toda su preocupación era mantener aquella casa intacta.

Rodeó el árbol buscando los tablones que un día clavaron en la madera para usarlos de escaleras. 

Cuando puso el primer pie en aquella desvencijada casa todo crujió y chirrió. Estaba claro que por ella habían pasado los años, y no de la mejor manera. Todos esos años a la intemperie y a las inclemencias del tiempo la habían dejado muy debilitada.

Se adentró en la que un día fue su guarida ahora convertida en un nido de telarañas, ardillas, pájaros y varios animales más que habían encontrado allí un refugio perfecto.

Todo estaba como lo habían dejado, pero más viejo y lleno de suciedad y restos de muchas cosas. Nada que empañase el recuerdo que tenía de aquel sitio.

-Veo que has llegado. -resonó una voz detrás suya.

Se giró y allí estaba uno de sus amigos con los que dio forma y vida a ese escondite. Hacía años que no lo veía, muchos. Como la casa, había envejecido, pero detrás de aquel paso del tiempo él seguía vislumbrando él que un día fue uno de sus mejores amigos. En su cara se dibujaba una sonrisa alegre que seguro estaba provocada por ver de nuevo a su viejo amigo. Una sonrisa que él también compartía.

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