martes, 25 de diciembre de 2012

Arsénico Origins #3

Arsénico se despertó sobre algo blando. Supuso que era una cama, de una calidad muy superior a las del orfanato. Claro, que eso era fácil, solo había un colchón para los huérfanos y era aún más incomodo que el suelo. En este, sin embargo hasta notaba una manta sobre él, todo un lujo. Abrió poco a poco los ojos. Estaba en una gran sala. Sobre una silla estaban su camiseta y sus pantalones doblados, completamente limpios. Al lado de esa silla, frente a la cama, había un señor mayor sentado observándole.
-Veo que al fin has despertado, llevabas 3 días durmiendo...
El joven ladrón observó al hombre frente a él, pensando quién podría ser y qué estaba haciendo aquí.
-Seguramente te estés preguntando quién soy y que estoy haciendo aquí... - "JODER, ESTE TÍO PUEDE LEER LA MENTE." - Todo el mundo se preguntaría algo así al despertarse en una casa ajena con alguien mirándole y hablándole. - "Anda, pues eso tiene más lógica y todo..." - Pero antes, debería preguntarte yo: ¿Qué haces tú aquí?
Entonces, Arsénico recordó todo. El robo, la traición, sus perdidas... Lágrimas le cayeron por la cara.
-Vaya, entonces tú debes de ser Arsénico Lapin, cómo imaginaba...
-Por favor, cuéntame qué ocurrió. - Arsénico apartó la mirada y se mordió el labio inferior. - Vale, vale, veo que todavía no quieres hablar sobre ello... Menos mal que te escondí de la policía, estarías en problemas si te hubieran interrogado. - "¿Este señor le había protegido de la policía? ¿Por qué?" pensó Arsénico.- Muy bien, te diré quien soy. Yo soy John Lena, padre de Dianne Lena.

"Yo era entes el dueño del orfanato de Lena. En él había pocos niños y yo solo bastaba para cuidarlos. Pero un día me enamoré. Rose Mar me ayudó mucho en el orfanato y conseguimos ser bastante famosos durante varios años. Nos casamos y vivíamos felices. Pero al final, necesitamos más ayuda, no con los niños, sino con la organización del orfanato, que habíamos rebautizado como el Orfanato de Mar & Lena, y el hermanastro de Rose decidió hacerse cargo. Gracias a él pudimos tener mucho más tiempo libre, trabajadores y nos volvimos ricos. Sin embargo, perdimos el contacto con los niños... Claro, que estando mi mujer embarazada tampoco podíamos trabajar demasiado. En cuestión de meses, el hermanastro de Rose consiguió suficiente dinero para comprarme el orfanato, que yo le vendí para poder encargarme de mi hija, pero me quedé con el 10% de las ganancias. Rose murió pocos días después del parto, por razones desconocidas, y yo no me creí capaz de cuidar solo de una niña. Se lo di al hermanastro de mi difunta esposa para que la cuidara y mandé a algunos de mis agentes que se encargaban de recaudar mi parte del dinero que vigilaran de vez en cuando a Dianne para que creciera feliz, porque yo estaba ocupado con problemas de empresa. Pero no podía soportar el no verla y por eso, decidí que cuando fuera auto-suficiente, la acogería en mi mansión. Cuando ese día llegó, descubrí el estado en el que estaba el Orfanato de Mar, pero estaba claro que no podría arreglarlo. Sin embargo, Dianne si que insistió en salvarte a ti de ese infierno, pero cuando lo intentamos ya te habían echado. El final, ya lo sabes..."

-¿¡DEJASTE A UN BEBÉ, A TU PROPIA HIJA, EN UN ORFANATO HORRIBLE SIN PREOCUPARTE POR ÉL HASTA VARIOS AÑOS DESPUÉS?! ¿¡SABES LO QUE SUFRIÓ, LO DURO QUE FUE PARA NOSOTROS?! - Arsénico tenía lágrimas en los ojos.
- Estaba todavía dolido por la muerte de mi mujer y no podía pensar con claridad. Además tenía mucho trabajo y...
-¿¡Y QUÉ?! ¿¡Y NO PUEDES NI VER A TU HIJA, DECIRLE NADA?!
-¿Acaso lo hizo tu padre?
-¡MI PADRE ME PROTEGIÓ TODA SU VIDA! ¡MI PADRE HA DADO SU VIDA POR MÍ! USTED NO ES DIGNO DE SER PADRE DE NADIE. - El joven se quitó la manta y saltó de la cama rápidamente, pero todavía no tenía fuerzas y cayó de bruces. John intentó ayudarle a levantarse, pero apartó su mano y se levantó a duras penas, saliendo de la habitación.

Arsénico lloraba bajo uno de los grandes árboles del jardín de la mansión. En cuanto oyó unos pasos hacia él se secó las lágrimas y miró a John fijamente. Este le llevaba su ropa. Encima, había unas cimitarras envainadas..
-Uno de los agentes vio estas cimitarras en el orfanato y me trajo las cimitarras. Cuándo vi la nota, le pedí que preguntara de vez en cuando por esas "anomalías"... Ningún cuidador dijo nunca nada, pero ahora estoy seguro de que eres tú. - Dicho esto, John dejó todo al lado del ladrón y dio media vuelta.
-¡Espere! Tengo que decirle que... Lo siento... Siento lo que le dije antes... Y también siento haber contado donde estaba su casa, yo solo quería conseguir las cimitarras, creí que usted sería igual que los cuidadores.
-Todos cometemos errores, joven. Ya lo has visto, yo he cometido los peores...
-No lo entiende... Si no fuera por esto, no habría muerto mi padre. ¡Si no fuera por esto Dianne seguiría viva! ¡TODO ES MI CULPA!
-No te culpes de los juegos del sino, entra en el juego y apuesta, porque así se sale ganando. - John volvió a su casa, mientras Arsénico miraba fijamente sus cimitarras. Las lágrimas le volvían a salir de la cara.

Los criados traían diariamente comida a Arsénico, que no quería entrar dentro de la mansión. John miraba desde el balcón los entrenamientos diarios del joven con las cimitarras. El ladrón había descubierto que las vainas ayudaban a controlar la invisibilidad. Envainadas en su cintura, Arsénico podía hacerse invisible a voluntad, pero fuera de ellas le era completamente imposible. Pero no le importaba. ¿Como iba a conseguir hacer las cosas con estilo, si nadie puede verle? Algún día, alguien escribiría sus aventuras, como lo hicieron con su padre, y no podían tratar de un chaval invisible que consigue todo sin esfuerzo... Sin embargo, las cimitarras eran de madera, por muy resistente que esta madera pudiera ser, no cortaba. Tampoco le importaba nada a Arsénico: Nunca nadie volvería a morir ante sus ojos, ni amigo, ni enemigo. Había pasado ya una semana, y Arsénico había conseguido dominar ya la lucha con dos espadas, lo tenía en la sangre. Las cimitarras parecían haberle escogido. Para practicar su sigilo, a veces se volvía invisible cuando se acercaba un criado y subía por los árboles, saltando de uno en uno, y apareciendo en otro lado de repente. También mejoró su puntería con piedras y seguía llevando algunos cuchillos, aunque no fuera a utilizarlos nunca contra alguien. Pero lo más increíble, es lo rápido que había conseguido adaptarse a la falta de ojo derecho. Seguía siendo una gran desventaja, pero el ladrón lo tomó como un recordatorio de sus errores. El plan de Arsénico ya estaba casi listo. Advirtió a John de que debía cambiarse de mansión intentando que solo se diera cuenta la gente de confianza, dejándolo solo con comida suficiente para unas pocas semanas y los materiales que necesitara. La guerra no tardaría en comenzar.

-Maldición, estas heridas están tardando en curarse del todo... ¡Haremos pagar esa traición cuanto antes!
-SEÑOR YARLAXEL, SEÑOR YARLAXEL.
-¿Qué quieres? - Yarlaxel, sentado en el sofá de su despacho. Tenía una herida en la cabeza y a veces le dolía todavía el brazo. El ladrón que acababa de entrar llevaba una nota.
"Esta noche, el ladrón se desenmascarará,
 Y sus curvadas espadas desenvainará.
 Vigilad vuestro más precioso tesoro,
 Sea este una joya o una moneda solo."
-Vaya vaya, parece que el propio traidor vendrá directamente a la boca del lobo... ASÍ SEA PUES, CERRAREMOS LA BOCA ANTES DE QUE SALGA.

Llegó la noche, pero Arsénico no entró. Ya estaba dentro, desde que dejó la nota. Había entrado en su cuarto, invisible. Ahora solo le hacía falta salir. Pero no sin antes recoger algo... El ladrón que ocupaba el dormitorio entró y se tiró a la cama.
-Arg, pero si ni siquiera va a saber ese novato qué es el tesoro más preciado del gremio, ¿qué vamos a temer que tengamos como para estar todos en un sitio para que no parezca que vigilamos algo?
Un cajón se abrió. Sólo. O eso creía el ladrón. Arsénico sacó la capa roja y apareció ante los ojos del sorprendido ratero, mirándole fijamente a través de su máscara. Se abalanzó hacia la cama y le tapó la boca.
-Bueno, ya he conseguido mi preciado tesoro. Es hora de ir a por el vuestro... ¿Por qué no le avisas al jefe
El ladrón salió corriendo de la habitación con la cara pálida. Arsénico esbozó una sonrisa sardónica y se puso la capa. Se volvió invisible y persiguió al ladrón.

Yarlaxel estaba en su despacho, alerta. Se llevó la mano al bolsillo para asegurarse que todavía estaba ahí. Llevaba un anillo con un gran diamante encima, había cortado la mano de la propietaria y era su mayor trabajo, del cual se sentía muy orgulloso. En cuánto entró corriendo su esbirro, sacó la mano.
-ESTÁ AQUÍ, SEÑOR. LAPIN HA LLEGADO.
-¿Qué? ¿Es que los vigilantes no saben hacer anda?
-No lo sé señor, estaba en mi cuarto y apareció. Dice que ya tiene su más preciado tesoro, que viene a por nosotros.
-Espera un momento... ¿Has venido desde tu cuarto? ¿Y él estaba ahí? ¡Te ha seguido, idiota!
La puerta se cerró. Arsénico apareció y se quitó la máscara. Desenvainó las cimitarras. Su ojo izquierdo observó la sala con atención.
-El tesoro no puede estar en ninguna caja fuerte, no ahora que sabes que alguien lo va a robar. Tampoco en un cajón, sabes de mi invisibilidad... Y no se lo vas a dar a nadie, es demasiado importante... Lo tienes tú. En tu bolsillo. Y tu mirada ya me lo ha confirmado, perfecto... Empecemos pues.
Arsénico se abalanzó y golpeó al inexperto ladrón en la nuca, dejándolo inutilizado. Esto era un 1 contra 1. Yarlaxel lanzó sus dagas, que Arsénico esquivó dando una vuelta y utilizó el impulso para golpear con una cimitarra a su antiguo líder, pero este se defendió con sus propias manos. No tenía ningún miedo a unas cimitarras de madera. La otra cimitarra le golpeó las corvas, haciendo que Yarlaxel cayera de espaldas. Sin embargó, se levantó muy rápido, de un salto. Su mayor error, Arsénico habiendo envainado sus cimitarras, agarró invisible sus pantalones. Cuando Yarlaxel volvió a poner sus pies en el suelo, estaba en calzoncillos. Arsénico sacó el anillo y lo alzó.
-He ganado. He robado vuestro tesoro más preciado. El orgullo.
Desapareció.

No habían pasado ni cinco minutos y todas las salidas estaban selladas. Todo el mundo golpeaba al aire y no había pasillo sin vigilar. Yarlaxel estaba frente a la puerta principal. Arsénico había hablado de orgullo, tenía que salir por esa puerta. Oyó unos golpes, pero no abrió la puerta, no sería tan fácil, sabía que Arsénico tenía que haberlo hecho de alguna forma. Golpeó a un lado para ver si era desde dentro. Y vio una nota bajo la puerta. "He salido. GAME OVER." Yarlaxel abrió la puerta con todas sus fuerzas esta vez. Arsénico apareció tras él y saltó sobre él, saliendo a toda velocidad. Se giró, sacó la lengua al jefe de los ladrones, ahora en el suelo, y se volvió invisible. El anillo apareció en la comisaría de policía poco después. Y en el despacho encontraron una nota. "Preparad vuestra venganza, la mansión soportará la guerra. Nunca recuperaréis vuestro orgullo."

Ya estaba todo listo, los ladrones no tardarían en llegar. No iban a esperar más de uno o dos días para prepararse, y llegarían en cualquier momento. Y así fue, estaba amaneciendo y, con el alba a sus espaldas, aparecieron frente a la mansión más de veinte ladrones experimentados, liderados por Yarlaxel. Le era imposible esconder su rabia. En el balcón, Arsénico les observaba llegar, sonriendo. Todas esas ganas que tenían en entrar, se las iba a cambiar en ganas de salir corriendo.
-¡Lapin, aquí estamos! ¡Baja ahora y terminemos con esto! - Las venas de la cara de Yarlaxel parecían apunto de reventar.
-Lo siento, pero creo que no. Estáis en mi territorio, seguiréis las normas de mi juego... ¿Por qué no tratáis de atraparme dentro de la mansión? Será mucho más... divertido.
-¡No queremos juegos Lapin, sucio traidor! Te atraparemos sea donde sea y después... ¡Te partiremos la cara!
-Lapin... Ese ya no es mi apellido. No soy digno de llevar el nombre del Conejo, he ensuciado su nombre. Y literalmente lo ensuciaré: A partir de ahora mi apellido es Lapino, y yo, Arsénico Lapino, declaro esta guerra.... COMENZADA. - Arsénico desapareció, los ladrones corrieron hacia la entrada de la mansión.

Yarlaxel mandó a su carne de cañón abrir las puertas. Como imaginaba, había una trampa: un tronco enganchado a la pared por una cuerda salió disparado hacia los insensatos, llevándose por delante a la mayoría. Solo unos cuantos se levantaron y siguieron. Había demasiados pasillos, no llegaba al nivel de un laberinto, pero atrapar a alguien invisible podía llevar horas. Los ladrones se separaron en dos grupos, Yarlaxel se quedó quieto, esperando. No iba a arriesgarse a las trampas.

Un estratega estaba liderando su grupo por la mansión. Ya conocía la casa de memoria, ya que había organizado el anterior ataque a la mansión. Sin embargo, él y sus compañeros se encontraban ante algo increíble. Un muro. No tenía que estar ahí, no estaba en los mapas de la construcción ni había información de que se hubiera construido nada ahí. Dos golpes sonaron, era el metal chocando contra la roca. El muro cayó hacia atrás, mostrando a Arsénico, agarrado de la lámpara, soltando las cuerdas que tenía en la mano. Automáticamente, las ballestas del techo, conectadas a las cuerdas, se dispararon. Como acto de reflejo, todos los maleantes se tiraron al suelo hacia atrás. Los lápices, la munición de las ballestas, resonaron al chocar contra el suelo, y alguno golpeó a una de sus dianas. Arsénico saltó de la lámpara y se agarró a otra cuerda que colgaba del techo. Una red cayó y encerró al grupo de ladrones.
-¿No sabéis distinguir de una plancha de madera pintada y un muro? Han bastado dos cuerdas para sujetarla y no sabíais como reaccionar ante el cambio de planes... Un buen ladrón necesita observación y rapidez de decisión, solo seréis vulgares delincuentes sin eso...

En el piso de arriba, el grupo restante no encontraba nada. Habían observado todo, cada rincón. Solo les faltaba ir hacia el balcón de madera. Pasaban por el cruce de cuatro pasillos cuando oyeron un ruido por la derecha. No había nadie. Otro ruido, en el pasillo de la izquierda. Nadie. Varios golpes por donde acababan de pasar. Vacío. Entonces, empezó a sonar el mismo ruido por los tres pasillos, casi a la vez. Decidieron dividirse en cuatro y que tres grupos investigaran. Cuando llegaron, vieron las canicas en el suelo.  Antes de poder reaccionar, unos cuchillos golpearon sobre sus cabezas, y unas planchas les golpearon por atrás. Unas redes les atraparon. Solo quedaban unos cuantos, que miraban indecisos que hacer. Arsénico cayó sobre sus cabezas y salió corriendo hacia el balcón, abrió la puerta y se apoyó sobre la barandilla de madera. Les sonrió, invitando a los rateros restantes a perseguirle. Furiosos, se levantaron y corrieron hacia el balcón. La manta pintada cayó en cuanto pusieron un pie encima del balcón de madera, mostrando un agujero bajo sus pies. Cayeron todos fuera de la mansión, y Arsénico puso su última red. Solo faltaba uno.

Yarlaxel había oído algún grito, pero no se preocupaba. Estaba seguro de que Arsénico aparecería ante él, retándole, y estaba preparado esta vez. Cogió dos dagas de su cinturón y siguió esperando. Oyó un ruido a su lado y al girar la cabeza hacia ahí, Arsénico apareció a su derecha cargando un golpe con sus cimitarras. Yarlaxel se tiró al suelo para evitar el golpe y dio una voltereta para alejarse del agresor y levantarse rápidamente.
-¿Creías que tus canicas funcionarían conmigo?
-No, realmente no. Pero era menos arriesgado que atacarte por delante.
-¿Y atacar sin avisar? ¿Siendo invisible y con un arma de verdad? ¡Hasta sin arma! ¿Es que crees que es injusta tu habilidad y quieres igualdad de condiciones? ¡Tu justicia te llevará a la muerte!
Yarlaxel lanzó una de sus dagas, que Arsénico desvió con una cimitarra. Arsénico avanzó unos pasos. El jefe de los ladrones se abalanzó sacando otra daga contra el joven  que se agachó y golpeó se defendió con sus cimitarras. Yarlaxel estando sobre él dominaba el combate, pero Arsénico se hizo a un lado y apartó las cimitarras haciendo un giro y golpeando con una de ellas la espalda de Yarlaxel. Arsénico siguió el pasillo principal hasta llegar a una gran sala vacía circular. Hizo un movimiento de mano a Yarlaxel para que se acercara. Con fuego en los ojos y sin pensar, este se levantó y salió corriendo, daga por delante, hacia Arsénico. Poco antes de que llegara a donde estaba, Arsénico lanzó al aire cuatro cuchillos y desapareció. Yarlaxel se paró en el centro de la sala, donde no hacía ni un segundo estaba Arsénico. Cuatro troncos le golpearon por los lados. Arsénico reapareció a su lado con una cuerda y le ató.

-Tú... Lapin... No te saldrás con la tuya...
-Dejé pruebas inculpatorias de varios crímenes en la comisaría de policía, y en cuanto llame no tardarán en llegar. Como dije, game over Yarlaxel, has perdido.
-Lapin... No completarás tu venganza... Eres débil... Tu sentido de la justicia te destruirá...
-¿Sentido de la justicia? ¿Qué es la justicia para mí? Solo una palabra, la justicia no existe. Cada uno ha de escoger lo que es el bien y lo que no, lo que es justo y lo que no. Y cada uno tiene que crear su propio código moral. Nunca golpearé con los puños, los necesito para agarrar lo que robo. Nunca lucharé con mis pies, los necesito para correr. Nunca utilizaré armas blancas o de fuego, nadie morirá ante mí nunca más. Tú no le verás sentido, ya que no tienes ninguna moral. Que así sea, nunca aprenderás y siempre fallarás. Nunca llegarás a ser nadie. Oh, y creo que ya te lo he dicho... Mi nombre es Arsénico Lapino.


Era un día normal en el Orfanato de Mar. Los niños lloraban y se peleaban mientras que los cuidadores se preparaban para su suculenta cena. John Lena intentaba acercarse más al orfanato, pero le era imposible solucionar los problemas que había ya, por mucho que lo intentara. Su antigua casa estaba abandonada, o eso decían. La policía había arrestado ahí al gremio de ladrones, alguien los había encerrado. Y se decía que de vez en cuando se veía a un joven encapuchado pasear por los jardines de la mansión. También se decía que ese joven era el Ladrón de las Cimitarras, que recientemente se estaba ganando un nombre en la ciudad y nadie conseguía atrapar. Pero en ese momento no estaba ahí, sino en el tejado mismo del orfanato. Aunque parecía que había problemas ahí dentro.
Rinzuin acababa de abrir la nevera. No estaba ahí. Había desaparecido. No había pollo.
-¿Rinzuin? ¿A qué estás esperando? ¡Tenemos hambre!
-Errm... - Ahora mismo, Rinzuin estaba observando todas sus probabilidades de escape. Tenía los ojos cerrados, lo cual daba una buena imagen de cuales eran estas probabilidades.
-¡HEY, ahí dentro no hay pollo! ¡Está intentando quedarselo! ¡A POR ÉL!
Todos los cuidadores se abalanzaron hacia Rinzuin. En el tejado, Arsénico sacó una pechuga de pollo y la mordió.
-Ains, la vida del ratero... Debería organizarme un poco para poder hacer de todo y que no me falte tiempo.... Ya sé, me haré una agenda. En ella estará organizado todo mi día. Sí, no es mala idea, 24 horas comprimidas en una agenda... Veamos, a esas horas podría hacer carterismo, a esas otras robos a lo grande... Ahí podría divertirme un poco y en esa ayudar... Claro, también tengo que fastidiar a la policía un poco, pero también la podría ayudar de esa hora a esa otra...
Y así, Arsénico vio como el sol se ponía, con la mirada en el futuro. Así nació el Ladrón de las Cimitarras, el Cimitarrero Invisible, el Caperucito Rojo.  Este es el origen de Arsénico Lapino, el Caballero Ratero.

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