La puerta corrediza se abrió de par en par con un golpe seco. La mezcla de olores que había dentro de la ostentosa y cara sala inundó los cinco sentidos del joven. El señor del castillo estaba sentado en su trono, una enorme silla de oro tapizada. Sujetaba a una chica por la barbilla y parecía a punto de besarla. Ella, con los ojos enrojecidos, con alguna lágrima aun por su cara y varios moratones que se veían por el roto kimono, señalas de forcejeo.
Nada más la puerta se abrió, él la soltó y con un quejido de dolor la chica cayó al suelo y trató de incorporarse para ver quien le había salvado, pero antes de que pudiera terminar la acción, una katana atravesó su pecho y su sangre se derramó encharcando rápidamente el suelo de madera.
-¡Bastardo!
El señor del castillo, cuya edad no superaría los 30 años y su mirada ocultaba odio y sed de poder.
-¿Qué? -le respondió con una sonrisa y una mirada fría como un témpano.
Sin dudarlo, agarró bien su katana y se lanzó hacia su enemigo, que sin siquiera inmutarse paró su golpe con una sola mano.
-¡Ja! ¿Vienes aquí y todo cuanto tienes es eso?
Con un leve movimiento contraatacó al muchacho que no pudo resistir la fuerza del golpe y rodó fuera de la habitación. Se puso en pie y antes de que pudiera hacer nada, atravesando la puerta corrediza, su enemigo le atacó. Paró el movimiento o eso pensaba.
-No creas que lo has parado, te mueves demasiado lento. -dijo enfundado su katana.
Se miró al pecho y lo vio, la ropa esta rajada con un gran corte y la ropa empezaba a empaparse con su sangre.
-No... no puede ser.
Llevado por la locura atacó sin pensarlo al señor del castillo que antes de que pudiera darle la estocada el ya había desenfundado su hoja y se la había clavado en el corazón. Escupió sangre.
-Nadie puede conmigo. -dijo con una sonrisa socarrona y con un movimiento secó saco la katana por el hombro cortando todo a su paso.
-Si soy el señor de este castillo, es por algo. -susurró sentándose de nuevo en su trono.
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