martes, 12 de junio de 2012

Perdido


La lluvia caía con cierta intensidad, tal y como el viento y las nubes habían presagiado, aún así hubo mucha gente en la calle cuando la tormenta estalló.



Todo el mundo había corrido a guarecerse del inminente diluvio, no había ni un alma en la calle. O casi. Un pequeño niño que hasta no hace mucho había deambulado por las calles se encontraba quieto, de pie en medio de la calle. Su ropa, que delataba ser de la clase obrera por su miserable estado, estaba empapada. Sus ojos, de un bello color negro como el carbón estaban vidriosos, delatando el estado del chiquillo. Estaba asustado, no aterrorizado. Se había perdido, en medio de las carreras que se habían producido para escapar del agua, se había separado de su padre. Era su primera visita a la ciudad, nunca antes había salido del barrio obrero asentado a las afueras de la ciudad, por lo que estaba perdido. Había intentado buscar a su progenitor, pero al no encontrarlo, el sentimiento de miedo y pánico, que se habían apoderado de él desde el mismo instante en el que su mano no sintió ese calor reconfortante que siempre tenía la palma de la mano de su padre, se desató completamente y empezó a llorar.

Sus llantos a penas eran audibles por el fuerte aguacero que caía así como sus lágrimas que se confundían y mezclaban con la lluvia. Todo cuanto hacía era llorar atemorizado y perdido en un mundo demasiado grande para él. Estaba tan ensimismado en el llanto que no se dio cuenta que sobre él había dejado de llover. Cuando miro, un niño, unos años mayor que él había puesto su raída chaqueta sobre él para que no se mojase. Lo único que recuerda de él, es el gesto de cogerlo de la mano y llevarlo hasta un pequeño callejón resguardado de la lluvia y allí, ambos se acurrucaron juntos y se taparon con la chaqueta.

-Verás como no es nada. -le dijo mientras le revolvía el mojado pelo.

El pequeño solo pudo mirarlo con cara de perplejidad.

El calor corporal que ambos generaban los amodorró y el suave goteo de la intensa lluvia les cantó una nana hasta que ambos se durmieron. Cuando despertaron un hombre, joven, y con ropa también en mal estado, que dejaban claro su rango en la escala social los miraba con cara de preocupación y alegría. El pequeño se lanzó a sus brazos con un enérgico "Papá" que resonó por todo el callejón. Padre e hijo se abrazaron. El pequeño no pudo contener las lágrimas.

-¿Tú has cuidado de mi hijo? -le preguntó el padre al joven.

Tímidamente, este afirmó con una leve inclinación de cabeza.

-Muchas gracias.

No se esperaba semejante reacción, el hombre le dio un abrazo. Él sintió el calor y recordó por unos instantes aquellos momentos en los que aún tenía padres, aquellos momentos en los que no dependía solo de si mismo y de su astucia. No pudo evitar llorar, pero lo disimuló, no era apropiado para un niño como él, un niño que vive en la calle mostrar tales sentimientos.

Lo único que pudo hacer fue juguetear con la dorada moneda con la que el padre le recompensó mientras veía como ambos se marchaban.

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