sábado, 10 de marzo de 2012

Diez horas sobre una columna

 Tal vez hayáis oído ya a estas alturas muchas historias de ascetas y ermitaños, pero la que quiero contaros hoy fue a la par extraña y especial...

 Se dice que en un lugar de ese Imperio al que llamaron bizantino vivía un monje muy viejo que estaba obsesionado con los pecados que sumían al mundo.

 Tras años de observar, investigar, leer y meditar llegó a la conclusión de que los hombres pecaban porque creían que sus corazones necesitaban eso que en realidad les pedía su egoísmo y las corruptas mentes de los vendedores, que les creaban necesidades en dónde antes no las había.

 Ante tal descubrimiento, y desolado con el panorama de pecado y corrupción sin remedio que le rodeaba, el monje quiso poner en práctica un experimento para intentar salvar el mundo: se iría sólo al desierto a meditar durante diez años y allí, en la soledad y aislado de la sociedad y su egoísmo tal vez descubriría lo que los corazones de los hombres realmente necesitan.

 Un día, marchó del monasterio acompañado solamente de su alumno, un monje llamado Procopio, el cual le llamaba "Maestro" a él. Llevaban como único equipaje una escalera, una sombrilla y una cesta llena de semillas, que serían el único alimento del asceta durante esos diez largos años de meditación, a semilla por día.

 Con esto llegaron a una enorme columna que descansaba solitaria en medio del desierto de Siria. Ruina del pasado, simbolizaba a los ojos del monje la destrucción a la que todo se sometería toda civilización si el no descubría lo que pretendía descubrir. Medía casi doce metros de altura y su capitel, que ya no sostenía arquitrabe alguno, era lo suficientemente ancho como para albergar el cuerpo del monje durante los diez años de meditación.

-Será muy duro, Maestro- le dijo su alumno
-Lo sé, Procopio, pero es lo justo- le contestó decidido el monje

 Aun así Procopio se revolvía ante la idea. Su maestro era más que eso, era su amigo. Su mejor amigo. No verlo durante diez años, y que además se sometiera a tal locura durante tanto tiempo le molestaba.

-Rezaré cada domingo por usted, Maestro. Y le visitaré después, para traerle un odre de agua.
-Necesitaré estar sólo si quiero lograr mi objetivo- le contestó ahora molesto
-Pero Maestro... ¡Permítame al menos visitarle mañana!
-Pon la escalera en la columna y ayúdame a subir...

 Procopio aceptó a regañadientes. Se acabaron las largas discusiones bajo los olivos o las tardes de lectura juntos. Durante diez años no le vería nada más que un día a la semana, y encima de lejos. Por no hablar de lo viejo que estaba y lo mal que lo podría pasar allá arriba. Su cara se mostraba grave mientras su maestro subía medio temblando, medio decidido los casi doce metros de la columna hasta su nuevo "hogar".

 Una vez arriba se acomodó con la sombrilla y una capa encimay se despidió de Procopio. Este se marchó sólo, con la escalera y la luz del atardecer.

 El anciano monje pasó solo la noche en lo alto de la columna, en medio del desierto. Fue la noche más larga de su vida. Y lo peor no era el frío o el hambre... Lo peor era que se sentía solo. Muy solo.

 A la mañana siguiente, antes de que el calor empezara a despuntar en el desierto sirio, el asceta se despertó por los gritos de su alumno. Procopio le saludaba desde abajo de la columna, con la escalera de nuevo.

 De repente el maestro llegó a una conclusión

-¡Rápido Procopio, la escalera!
-Pero Maestro, sólo ha pasado un día...
-¡La escalera te digo! ¡Ya he descubierto lo que el corazón del hombre realmente necesita!

 Procopio, asombrado por la velocidad de su maestro; que encontró una respuesta de diez largos años de meditación en sólo diez horas, le ofreció la larga escala. Cuando este bajó le abrazó medio llorando.

-¿Que ocurre, Maestro? ¿Que es lo que habéis descubierto?
-¡Son los amigos Procopio! ¡Eso es lo que realmente nunca debería faltar en el corazón de ningún hombre!

 Procopio sonrió

-¿Y para eso te subiste a la columna y te has vuelto a bajar? ¡Eso ya lo sabíamos todos!

1 comentario:

  1. Un relato ñoño que se me ocurrió mientras hablábamos de ascetas en una clase. ¡Pero la enseñanza es lo importante!

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