martes, 24 de septiembre de 2013

Segunda sombra: Belzebú

Estaba cansado. Muy cansado, tanto que no quería ni respirar, quería dormir y dejar de hacer cosas tan cansadas como vivir. Tenía las manos manchadas de sangre y le estaba asqueando, pero le daba pereza lavárselas . También tenía la espalda cubierta de lanzas pero también le daba pereza arrancárselas. Estaba muy comodo ahí tumbado simplemente dejando que la ligera llovizna le acariciara la cara. No pudo evitar pensar en lo a gusto que había estado en el cielo. Él no era como sus hermanos, él era un burócrata acomodado y nunca había estado interesado en luchar. Hacía su cómodo trabajo, se iba a casa, dormía durante horas, comía lo estrictamente necesario y volvía a dormir. Le encantaba dormir era su pasatiempo favorito. ¿Que había de malo en dormir para siempre?
Pero entonces, se dio cuenta de que faltaba algo a su lado... No estaba. Un vacío se abrió en su corazón. Se levantó violentamente y miró alrededor hasta encontrar su cadáver. Los ángeles de cristal se habían cebado con él... Tanto que ya ni siquiera podía reconocer sus rasgos; habían restos suyos esparcidos por todo el campo. Belzebú se miró en uno de los charcos que se había formado en el suelo por la lluvia. Él que antes había sido un esbelto ángel de rizados cabellos negros no era ya sino a penas un esqueleto recubierto de piel que se pegaba a sus huesos, con el pelo que caía lacio y sucio hasta pasada media espalda y de los lados de su cabeza ahora brotaban dos amenazantes cuernos negros, pero lo que más había cambiado era su cara. Tenía las cuencas hundidas y unas profundas ojeras. Le dedicó una última mirada a los restos de su querido amigo. Lo había llamado Luccy, y había sido, desde su niñez, su compañero más fiel, su acompañante durante sus legendarias siestas milenarias. Belzebú dejó la cabeza del pequeño unicornio de peluche en el suelo mientras una lagrimita se le escapaba.

Puede que para cualquier otro, aquello pudiera resultar absurdo, pero para él, aquel ser inanimado no era tal, sino un signo de su infancia, un objeto que le había protegido durante años de sus pesadillas, que no eran sino visiones de aterradores futuros paralelos, llenos de muerte y dolor.

Ya nunca volvería a descansar, ya nunca podría recuperar su sueño. Tampoco podía morir, simplemente, temía que simplemente, la muerte fuera una horrible pesadilla eterna. Pero vivir sería una pesada carga. Le daba pereza hacer el más mínimo movimiento. Se quedó quieto y simplemente, hizo lo que mejor se le daba; imaginar. Se imaginó de nuevo en algún sitio, junto a su hermano, simplemente sentado cómodamente. Al abrir los ojos, lo que había imaginado se había vuelto real, estaba en un trono, repantingado, y su hermano Belial estaba frente a él. Estaba cambiado, pero lo reconocía perfectamente.

-Esto... es tan... cansado... -No podía decir nada sin arrastrar la voz pesadamente- Solo... quiero... hacer desaparecer... todo... si no hay futuro... No tendré más pesadillas...

Su hermano asintió y los ojos dorados, que lo observaban desde las sombras, se permitieron una chispa de alegría. Cada vez estaba más cerca de su objetivo... cada hijo que su hermano mandaba de vuelta, más fuerte se volvía él. Ira, orgullo y ahora pereza... Solo un poco más y tendía el mundo a sus pies. El castigo llegaría a cada uno de los pecadores del mundo, incluido al propio Dios, cuyos pecados eran imperdonables a su ojos. Solo un poco más, y volvería para reclamar lo que le pertenecía por derecho.

2 comentarios:

  1. No soy capaz de imaginarme a un demonio todopoderoso con un peluche de unicornio sin reirme. Simplemente no puedo xDD

    Muy bueno, todo va encajando y se avecina la guerra.

    ResponderEliminar
  2. Todos tienen un pasado que les pone en contra de Dios mismo... Pero no, esto no es lo correcto, y menos con esos malditos OJOS DORADOS mirándolo todo.

    ResponderEliminar