El
sol brillaba, habían 15 años desde el fatídico día. El pueblo había conseguido prosperar,
pero no era posible olvidar la masacre. El sabio Tigose observaba desde el
balcón de su vivienda como la vida continuaba, la gente seguía trabajando para
que la aldea pudiese prosperar de esta manera. Y entonces dirigió su mirada
hacia unos jóvenes que entrenaban, luchando con gran maestría, la nueva
generación de protectores del pueblo.
El mayor, de unos veinte años, tenía el pelo corto de color negro y llevaba
una cinta atada en la frente, dos largas tiras ondeando tras su cabeza a merced
del viento. Observaba con sus ojos azules celestes un ser de paja, inerte, ante
él. Vestía una camiseta blanca y corta, y unos pantalones largos y flexibles,
tejidos con el mejor material disponible. Sus chanclas estaban enganchadas
firmemente a sus pies, permitiéndole correr sin problemas a toda velocidad,
hacia el maniquí de entrenamiento. De un golpe de su negra mano izquierda
arrancó la cabeza del muñeco. Rápidamente se agachó y agarró una piedra. La
lanzó con toda su fuerza hacia la diana, clavando la piedra en pleno centro.
Mientras, de cerca, otra joven de la misma edad giraba su látigo sobre su
cabeza, una espiral girando a su alrededor. Tenía el pelo largo y sedoso, negro
y brillante. Un largo flequillo cruzaba su cara por el lado derecho, tapando
uno de sus ojos marrones. El rojo de sus labios y de sus mejillas realzaba la
blancura de su piel. Llevaba un vestido negro y ajustado, brillaba a cada
ligero movimiento. Una abertura permitía sacar el pie izquierdo del vestido
para poder moverse con mayor facilidad. Los zapatos negros que llevaba le
permitían moverse como si fuera descalza. De pronto chasqueó su muñeca y el
látigo dio un golpe seco al maniquí que tenía delante. Tras dos movimientos del
brazo derecho el muñeco estaba desmembrado. Rápidamente apoyó sus brazos en el
suelo e impulsándose dio una voltereta en el aire, golpeando con todas sus
fuerzas la cabeza del maniquí con el talón de su zapato.
El miembro del grupo faltante, el más joven, de unos 15 años, llevaba una
cresta desordenada de color castaño, el resto del pelo rapado salvo dos finas
coletas que salían del final de la cresta, en la nuca. Tenía los ojos cerrados,
concentrándose, su cara en una fase de serenidad completa. Llevaba un arrugado
kimono completo de color rojo y atado con un cinturón negro, con la manga
izquierda arrancada. Descalzo,
podía andar sobre casi cualquier tipo de superficie naturalmente. Abrió los
ojos, el izquierdo azul y el derecho rojo, y se lanzó con una patada contra su
respectivo maniquí. La pierna
sobre el hombro del muñeco se impulsó y dando una vuelta en el aire dio un
codazo en la cabeza del hombre de paja, y se alejó dando otra patada. Agarró
una rama gruesa de un árbol y tras varios golpes consecutivos atravesó el pelele
de par en par donde debería de estar su corazón.
Tras contemplar este espectáculo Tigose dejó de
lado cualquier duda sobre la capacidad de sus guerreros. Dejó el balcón y se
dirigió al sótano de la casa, donde se escondían algunos de los objetos de más valor
del pueblo, pasados de líder a líder en la aldea de Elbuort. Abrió uno de los
cofres y sacó un mapa del pueblo, con tres equis rojas marcadas no muy lejos de
los límites de Elbuort. Dejó el mapa en una gran mesa de la sala central y le
dio una moneda a un niño que se encontraba cerca de la casa para que fuese a
buscar a los tres jóvenes. Se sentó en una silla, observando la puerta por la
que llegarían los guerreros. Primero entró el líder de los tres, Jason,
empujando la puerta con la mano del guante y andando con paso firme. De cerca y
con pasos ligeros y gráciles entró Bella, la acróbata. Ramón pasó por la puerta
con un paso tranquilo y una sonrisa en la cara, sus ojos irradiaban serenidad.
Se sentaron y miraron el mapa que tenían en frente.
-Chicos, hace exactamente 15 años que ocurrió la tragedia, 15 años desde que
os empecé a entrenar y cuidar. Esta va a ser vuestra última prueba antes de
iros de la aldea. Nuestros antepasados escondieron tres armas en las cercanías
del pueblo, protegidas cada una por un guardián. Si queréis vengar las victimas
inocentes de la masacre del rey Darvid, las necesitaréis. Con vuestro poder
actual no podrías retar a un rival tan poderoso como lo es Darvid, y no
olvidemos que está rodeado de esbirros. Además, las armas que obtendréis no
estarán completas, necesitarán ser enrunadas. Pero no os preocupéis, tengo aquí
las runas necesarias, y el viaje que os depara es largo y duro, cuándo lleguéis
a la capital de Evoland, Ypotui, estaréis listos para derrotar al rey. Jason, tú
iras a la cruz del norte. Bella, al oeste y Ramón al este. Será mejor que no
perdáis ni un momento.
Los tres jóvenes sacudieron la cabeza, observando bien el mapa para estar
seguros de dónde ir, y se levantaron. Se inclinaron hacia Tigose como muestra
de respeto y agradecimiento y salieron de la casa. Se miraron los unos a los
otros y sacudieron la cabeza de nuevo. Entonces Jason dijo:
-Más os vale volver vivos. Por Elbuort.
El grupo se separó y cada uno se dirigió hacia su destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario