Las musas estaban tan ocupadas como siempre,
trabajando en su despacho. Dridu, mientras escuchaba música con sus violetas
cascos, coloreaba el nuevo cuadro del dios para el que trabajaban, Gift Eathor,
mientras que Snip corregía las últimas erratas de su nueva historia para
mandársela a Stot, dios de la escritura, para que se la inspire a algún escriba.
Ya se encargaría él de inspirársela a algún juglar. Figt se rascó su barba de dos días y continuó dibujando
alguna escena de la historia, para algún que otro artista pudiese
representarla. Mientras, en otra mesa, Tser, ajustándose sus gafas,
representaba por sus amados vectores el flujo de la energía liberada por el
arma que estaba diseñando. La música resonaba por todo el despacho. Aunque
había algunos detalles que hacían de este despacho algo poco convencional.
Primero, estaba en un campo bien verde, con florecillas y todo. Es más, el
campo entero era el despacho. Y segundo, había un conejo naranja jugando a la
consola. Rab’id nunca ha entendido qué es lo que tenía de raro. Trabajaban para
un dios azul, cuya cara consistía en dos grandes ojos completamente blancos.
Ah, y tenía una bonita capa roja. Aunque Rab’id siempre prefirió al gran Dios
Azul de Orejas Grandes. Ojala existiese.
Pero centrémonos en las musas, o concretamente en el trabajo de algunas. Las
hojas que Snip tenía entre sus manos tenían por título el miso que el de esta
historia. Ya es casualidad, también es la misma historia… Dejad que os cuente
la historia de Vengeance Stones.
Acerquémonos a uno de los dibujos de la pila junto
a Figt. Observemos el mundo en el que nos encontramos ahora, El Cubo. Dos
pequeños astros, mucho más pequeños que el Cubo, se movían atados a un carro
cada uno, tirado por corceles amarillos. Estos carros los dirigían los dioses
Serdap, dioses de la luz, que eran los mismos que habían creado los dos soles.
En las caras del Cubo que no estaban iluminadas por los soles aparecía una luz
artificial también creada por los Serdap, la Luna.
Ahora,
acerquémonos más, a una de las caras que solo un sol ilumina, la cara de
Méditer. Un solo continente, la Bangea, y varias islas forman esta cara, el
resto siendo agua, el Ghetis. Al sur el Ghethis entra en la Bangea por el
estrecho del Altar de Gibr, y el mar formado es conocido como el Mar Acromo,
por su color gris durante la noche, y más al norte, conectado a este mar por el
río Danubis, estaba en pleno centro el Mar Aventuro. Al norte se encuentra la
isla de Treca, la más grande de todo Méditer.
Pero olvidemos un poco la geografía y pasemos a la historia. Al sureste de
del Mar Acromo existió un tiempo dónde los híbridos felinos podían vivir fuera
de todo racismo. Algunos pueblos humanos se encontraban dentro del país,
proclamado País de Furry, y por ello estaban bajo el control de Bakaneko y su
ejercito, Nekomata. Mas otro ejercito llegó años después buscando conquistar el
territorio. Dirigidos por Darvid Milián, que por sus venas corría la sangre
real del rey de la zona dominada por Bakaneko, expulsaron a los híbridos y
crearon la ciudad de Evoland, imponiendo como capital la ciudad de Ypotui.
Darvid guardaba sin embargo secretos que tardarían años en salir a la luz.
Antes de encaminarse a la conquista del País de Furry pasaron por el otro lado del
río Danubis, a la rural aldea de Elbuort.
Acababa de terminar de llover, un gran arco
iris pintaba el cielo. El pueblo
de Elbuort trabajaba duramente en sus cosechas, los cazadores acababan de traer
varios buenos ciervos. Sin embargo un extranjero había llegado a hablar con el
sabio Tigose, y varios fuertes guerreros se encontraban delante de la gran casa
del dirigente de la aldea. Cerca de ahí, la familia Jemístico se preparaban
para limpiar la sangre del joven bebé, para que pudiera controlar la maldición
que la familia llevaba dentro.
Un grito surgió de la casa del sabio, y el rey Darvid vistiendo su armadura
roja, salió con una espada ensangrentada en un una mano, y un orbe en la otra.
-¡AL LADRÓN! ¡LA ESFERA! ¡HAN ROBADO LA ESFERA VARRYER!
Todos los habitantes vieron al extranjero con su cara fría avanzar hacia sus
compañeros, y automáticamente la familia Jemístico, los mejores monjes de la
región, atacaron sin dudarlo, así como al instante los cazadores sacaron sus
armas para combatir. Arqueros escondidos salieron de la nada y defendieron a su
rey, mientras Darvid luchaba contra algunos monjes. Los magos crearon barreras
contra las flechas y experimentados guerreros masacraron a todos los que se acercaron.
Toda la familia Jemístico murió luchando por el sagrado objeto de la aldea, la
esfera que protegía a los habitantes de cualquier amenaza externa. Los
cazadores cayeron uno a uno, hasta que al final solo quedaron el líder de los
cazadores y su mujer. La pareja luchaba con gran maestría, derrotando a todos
los soldados que se encontraban. El rey Darvid constató la gran habilidad de
estos y se encaró él mismo a sus enemigos.
-Muerte al ladrón, Darvid maldito. ¡Que todo tu linaje y todos tus aliados
sufran la ira del pueblo de Elbuort! – Darvid ni se inmutó, miró fijamente a
los ojos al cazador y llamó a una de sus mejores soldado para combatir a la
mujer.
-Eres valiente y fuerte, pero te falta experiencia para enfrentarte a
luchadores de verdad, y no a simples bestias. Poco a poco, matar tantas bestias
te ha transformado en una. ¿Cuál es tu nombre, imprudente?
-¿Quieres saber el nombre de tu asesino? ¡Me llamo Edipo Rex, y será lo
último que escuches!
Pero la Fortuna puede ser traicionera, ya que un joven de a penas 5 años se
acercó a los dos luchadores.
-Papá… - Estas fueron las últimas palabras que escuchó Edipo. Alarmada por
la aparición de su hijo Jason, la mujer de Edipo, Afrodita, dio la espalda a su
enemiga y terminó con un par de sai clavados en la espalda, dando fin a su
vida. Tras gritar el nombre de su amada esposa, Edipo no tardó en seguir su
camino. Ya no quedaba nadie para defender la aldea, todos los habitantes se
alejaban todo lo que pudieron de los que provocaron la masacre.
El joven Jason corrió hacia sus padres, gritando y
llorando, rogando que despertaran. Su padre, en sus últimos momentos de vida,
le llamó.
-Hijo, no he podido educarte, pero no tengo ninguna duda de que llegarás a
ser un gran hombre. Mientras peleaba con el asesino, logré sacarle esto. Parece
tener una magia de mucho poder. Utilízalo bien, y vénganos.
Edipo agarró un guante negro y se lo tendió a su hijo, pero su brazo cayó al
instante, inerte. Entre lloros, Jason cumplió el deseo de su padre y agarró el
guante. Nada más meter su mano izquierda, mucho más pequeña que el guante, la
prenda encogió y se pegó fuertemente al brazo del niño. Los dos habían formado
un lazo mágico y dependían el uno del otro. Nunca Jason podría quitarse ese
guante, no hasta cumplir su cometido.
El sabio Tigose salió de la casa con manchas de sangre y vio la trágica
escena. Esbozó una mueca de disgusto y dio ordenes a los aldeanos de recoger a
los muertos y hacerles un buen funeral. A los granjeros más fuertes les pidió
que siguieran con la recolecta o guardaran los ciervos en algún lugar para poder
prepararlos. Era una tragedia, pero tenían que seguir.
Ante la gran fuerza de voluntad de su líder toda la aldea siguió su ejemplo
y continuaron con su trabajo, intentando que estas muertes les afectara lo
mínimo posible. Tigose escuchó unos lloros cerca y vio un bebé solo bañado en
sangre, cerca de la zona del ritual de los Jemístico. El bebé se llamaba Ramón
y no había llegado a ser purificado según las costumbres de su familia. El
anciano agarró al bebé y se giró hacia Jason, que se había sentado frente a sus
padres. Una niña, de la familia Lust reconoció Tigose, se había sentado junto a
él e intentaba reconfortarle. El sabio se acercó a ellos.
-Niños, no creo que nunca nos recuperemos de esta tragedia. Pero debemos
continuar, hemos de retomar nuestras vidas. Y ahora mismo no tenemos nada para
defender la ciudad. Yo mismo fui un buen guerrero, os entrenaré para que podáis
defender este pueblo.
Tigose agarró de la mano a Jason y se lo llevó a su casa. Mientras, la niña
les miró, alejarse, y corrió a juntarse con ellos.
Una figura se quedó mirando los cadáveres. Llevaba
una chaqueta abierta y la capucha puesta. El botón que cerraba su chaqueta al
nivel del cuello era una moneda dorada y brillante. De los cordones de la
capucha colgaban dos calaveras, y llevaba de colgante un amuleto dorado, una
cruz cuya parte de arriba se asimilaba a un nudo, la llave de la vida. Debajo
de la chaqueta llevaba un mono gris que le cubría todo el cuerpo. Solo había
negro bajo la capucha, ningún rayo de sol llegaba a darle en la cara, pero se
podían ver dos brillos azules y fríos que observaban todo a su alrededor, así
como una larga nariz que sobresalía.
Tom Huerto había llegado junto con Darvid, pero como siempre se quedó un
tiempo más en el pueblo que el resto había dejado. De la nada apareció un
martillo en su mano. Se acercó a las tumbas de los cadáveres y miró los cuerpos
inertes que estaban por ser enterrados. De su martillo creció un filo de
guadaña, tenía un brillo azul celeste, y con él cortó todos los cadáveres, pero
los atravesó sin dejar marca física alguna. Tom había recogido sus almas, como
parte de su rol como La Muerte. Dio media vuelta y agarró su amuleto. Se metió
la parte de abajo en la boca y sopló, provocando un ruido que nadie podía oír
salvo su corcel, un caballo blanco que brillaba en la noche. El Segador se montó
sobre el corcel y emprendió su viaje hacia donde se encontraba Darvid. Muchas más
muertes se acercaban.
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