sábado, 18 de mayo de 2013

Vengeance Stones: Prólogo

Las musas estaban tan ocupadas como siempre, trabajando en su despacho. Dridu, mientras escuchaba música con sus violetas cascos, coloreaba el nuevo cuadro del dios para el que trabajaban, Gift Eathor, mientras que Snip corregía las últimas erratas de su nueva historia para mandársela a Stot, dios de la escritura, para que se la inspire a algún escriba. Ya se encargaría él de inspirársela a algún juglar.  Figt se rascó su barba de dos días y continuó dibujando alguna escena de la historia, para algún que otro artista pudiese representarla. Mientras, en otra mesa, Tser, ajustándose sus gafas, representaba por sus amados vectores el flujo de la energía liberada por el arma que estaba diseñando. La música resonaba por todo el despacho. Aunque había algunos detalles que hacían de este despacho algo poco convencional. Primero, estaba en un campo bien verde, con florecillas y todo. Es más, el campo entero era el despacho. Y segundo, había un conejo naranja jugando a la consola. Rab’id nunca ha entendido qué es lo que tenía de raro. Trabajaban para un dios azul, cuya cara consistía en dos grandes ojos completamente blancos. Ah, y tenía una bonita capa roja. Aunque Rab’id siempre prefirió al gran Dios Azul de Orejas Grandes. Ojala existiese.
Pero centrémonos en las musas, o concretamente en el trabajo de algunas. Las hojas que Snip tenía entre sus manos tenían por título el miso que el de esta historia. Ya es casualidad, también es la misma historia… Dejad que os cuente la historia de Vengeance Stones.


Acerquémonos a uno de los dibujos de la pila junto a Figt. Observemos el mundo en el que nos encontramos ahora, El Cubo. Dos pequeños astros, mucho más pequeños que el Cubo, se movían atados a un carro cada uno, tirado por corceles amarillos. Estos carros los dirigían los dioses Serdap, dioses de la luz, que eran los mismos que habían creado los dos soles. En las caras del Cubo que no estaban iluminadas por los soles aparecía una luz artificial también creada por los Serdap, la Luna.
Ahora, acerquémonos más, a una de las caras que solo un sol ilumina, la cara de Méditer. Un solo continente, la Bangea, y varias islas forman esta cara, el resto siendo agua, el Ghetis. Al sur el Ghethis entra en la Bangea por el estrecho del Altar de Gibr, y el mar formado es conocido como el Mar Acromo, por su color gris durante la noche, y más al norte, conectado a este mar por el río Danubis, estaba en pleno centro el Mar Aventuro. Al norte se encuentra la isla de Treca, la más grande de todo Méditer.
Pero olvidemos un poco la geografía y pasemos a la historia. Al sureste de del Mar Acromo existió un tiempo dónde los híbridos felinos podían vivir fuera de todo racismo. Algunos pueblos humanos se encontraban dentro del país, proclamado País de Furry, y por ello estaban bajo el control de Bakaneko y su ejercito, Nekomata. Mas otro ejercito llegó años después buscando conquistar el territorio. Dirigidos por Darvid Milián, que por sus venas corría la sangre real del rey de la zona dominada por Bakaneko, expulsaron a los híbridos y crearon la ciudad de Evoland, imponiendo como capital la ciudad de Ypotui.
Darvid guardaba sin embargo secretos que tardarían años en salir a la luz. Antes de encaminarse a la conquista del País de Furry pasaron por el otro lado del río Danubis, a la rural aldea de Elbuort.

Acababa de terminar de llover, un gran arco iris  pintaba el cielo. El pueblo de Elbuort trabajaba duramente en sus cosechas, los cazadores acababan de traer varios buenos ciervos. Sin embargo un extranjero había llegado a hablar con el sabio Tigose, y varios fuertes guerreros se encontraban delante de la gran casa del dirigente de la aldea. Cerca de ahí, la familia Jemístico se preparaban para limpiar la sangre del joven bebé, para que pudiera controlar la maldición que la familia llevaba dentro.
Un grito surgió de la casa del sabio, y el rey Darvid vistiendo su armadura roja, salió con una espada ensangrentada en un una mano, y un orbe en la otra.
-¡AL LADRÓN! ¡LA ESFERA! ¡HAN ROBADO LA ESFERA VARRYER!
Todos los habitantes vieron al extranjero con su cara fría avanzar hacia sus compañeros, y automáticamente la familia Jemístico, los mejores monjes de la región, atacaron sin dudarlo, así como al instante los cazadores sacaron sus armas para combatir. Arqueros escondidos salieron de la nada y defendieron a su rey, mientras Darvid luchaba contra algunos monjes. Los magos crearon barreras contra las flechas y experimentados guerreros masacraron a todos los que se acercaron. Toda la familia Jemístico murió luchando por el sagrado objeto de la aldea, la esfera que protegía a los habitantes de cualquier amenaza externa. Los cazadores cayeron uno a uno, hasta que al final solo quedaron el líder de los cazadores y su mujer. La pareja luchaba con gran maestría, derrotando a todos los soldados que se encontraban. El rey Darvid constató la gran habilidad de estos y se encaró él mismo a sus enemigos.
-Muerte al ladrón, Darvid maldito. ¡Que todo tu linaje y todos tus aliados sufran la ira del pueblo de Elbuort! – Darvid ni se inmutó, miró fijamente a los ojos al cazador y llamó a una de sus mejores soldado para combatir a la mujer.
-Eres valiente y fuerte, pero te falta experiencia para enfrentarte a luchadores de verdad, y no a simples bestias. Poco a poco, matar tantas bestias te ha transformado en una. ¿Cuál es tu nombre, imprudente?
-¿Quieres saber el nombre de tu asesino? ¡Me llamo Edipo Rex, y será lo último que escuches!
Pero la Fortuna puede ser traicionera, ya que un joven de a penas 5 años se acercó a los dos luchadores.
-Papá… - Estas fueron las últimas palabras que escuchó Edipo. Alarmada por la aparición de su hijo Jason, la mujer de Edipo, Afrodita, dio la espalda a su enemiga y terminó con un par de sai clavados en la espalda, dando fin a su vida. Tras gritar el nombre de su amada esposa, Edipo no tardó en seguir su camino. Ya no quedaba nadie para defender la aldea, todos los habitantes se alejaban todo lo que pudieron de los que provocaron la masacre.

El joven Jason corrió hacia sus padres, gritando y llorando, rogando que despertaran. Su padre, en sus últimos momentos de vida, le llamó.
-Hijo, no he podido educarte, pero no tengo ninguna duda de que llegarás a ser un gran hombre. Mientras peleaba con el asesino, logré sacarle esto. Parece tener una magia de mucho poder. Utilízalo bien, y vénganos.
Edipo agarró un guante negro y se lo tendió a su hijo, pero su brazo cayó al instante, inerte. Entre lloros, Jason cumplió el deseo de su padre y agarró el guante. Nada más meter su mano izquierda, mucho más pequeña que el guante, la prenda encogió y se pegó fuertemente al brazo del niño. Los dos habían formado un lazo mágico y dependían el uno del otro. Nunca Jason podría quitarse ese guante, no hasta cumplir su cometido.
El sabio Tigose salió de la casa con manchas de sangre y vio la trágica escena. Esbozó una mueca de disgusto y dio ordenes a los aldeanos de recoger a los muertos y hacerles un buen funeral. A los granjeros más fuertes les pidió que siguieran con la recolecta o guardaran los ciervos en algún lugar para poder prepararlos. Era una tragedia, pero tenían que seguir.
Ante la gran fuerza de voluntad de su líder toda la aldea siguió su ejemplo y continuaron con su trabajo, intentando que estas muertes les afectara lo mínimo posible. Tigose escuchó unos lloros cerca y vio un bebé solo bañado en sangre, cerca de la zona del ritual de los Jemístico. El bebé se llamaba Ramón y no había llegado a ser purificado según las costumbres de su familia. El anciano agarró al bebé y se giró hacia Jason, que se había sentado frente a sus padres. Una niña, de la familia Lust reconoció Tigose, se había sentado junto a él e intentaba reconfortarle. El sabio se acercó a ellos.
-Niños, no creo que nunca nos recuperemos de esta tragedia. Pero debemos continuar, hemos de retomar nuestras vidas. Y ahora mismo no tenemos nada para defender la ciudad. Yo mismo fui un buen guerrero, os entrenaré para que podáis defender este pueblo.
Tigose agarró de la mano a Jason y se lo llevó a su casa. Mientras, la niña les miró, alejarse, y corrió a juntarse con ellos.

Una figura se quedó mirando los cadáveres. Llevaba una chaqueta abierta y la capucha puesta. El botón que cerraba su chaqueta al nivel del cuello era una moneda dorada y brillante. De los cordones de la capucha colgaban dos calaveras, y llevaba de colgante un amuleto dorado, una cruz cuya parte de arriba se asimilaba a un nudo, la llave de la vida. Debajo de la chaqueta llevaba un mono gris que le cubría todo el cuerpo. Solo había negro bajo la capucha, ningún rayo de sol llegaba a darle en la cara, pero se podían ver dos brillos azules y fríos que observaban todo a su alrededor, así como una larga nariz que sobresalía.
Tom Huerto había llegado junto con Darvid, pero como siempre se quedó un tiempo más en el pueblo que el resto había dejado. De la nada apareció un martillo en su mano. Se acercó a las tumbas de los cadáveres y miró los cuerpos inertes que estaban por ser enterrados. De su martillo creció un filo de guadaña, tenía un brillo azul celeste, y con él cortó todos los cadáveres, pero los atravesó sin dejar marca física alguna. Tom había recogido sus almas, como parte de su rol como La Muerte. Dio media vuelta y agarró su amuleto. Se metió la parte de abajo en la boca y sopló, provocando un ruido que nadie podía oír salvo su corcel, un caballo blanco que brillaba en la noche. El Segador se montó sobre el corcel y emprendió su viaje hacia donde se encontraba Darvid. Muchas más muertes se acercaban.

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