Era
un día soleado. El orfanato de Mar estaba más ajetreado que de costumbre. Los
cuidadores estaban jugando a las canicas con los niños abandonados. Esto podría
parecer muy banal si no se tiene en cuenta un dato bastante importante: los
cuidadores no ganan dinero por hacer que los niños estén contentos, por
consiguiente, no les importa que lo estén. De hecho, suelen disfrutar más
cuando ven sufrir a niños y nadie puede decirles nada, puesto que no tienen a
nadie de quien quejarse. Pero este caso era diferente. Este bebé no había sido
abandonado de manera normal y estaba vigilado. Si querían obtener dinero,
debían de cuidarlo. Los cuidadores no tenían mucha experiencia en ello y les
costaba lo suyo, de hecho, no se daban cuenta de que el bebé, prácticamente un
recién nacido, ni siquiera sabía jugar a las canicas. Pero veían que se
entretenía viendo girar las bolitas, así que no les importaba nada. Nada les
importa realmente salvo el dinero.
Llamaron
a la puerta. A regañadientes, uno de los cuidadores apartó a uno de los niños
que miraban como jugaban y abrió. No había nadie. Se disponía a cerrar la
puerta cuando vio un ligero brillo. De una cesta sobresalían unas cimitarras
con joyas incrustadas en las vainas. Las agarró rápidamente y observó. Podían
sacar mucho dinero por esas cimitarras. “Pero las cimitarras… son de madera.”
Pensó el cuidador. Bueno, no importaba, las podía sacar en cualquier momento y…
No, no podía. Estaban incrustadas. “Bueh, solo las vainas ya valen dinero, no
importa nada más.” Entonces, vio una nota pegada. “Por favor, acojan TAMBIÉN al
niño que había bajo las cimitarras. Dénselas cuando muestre anomalías. Hasta
entonces, hagan lo que les plazca con ellas.” El cuidador volvió a abrir la
puerta. En la cesta donde estaban las cimitarras, había un niño mirándole.
Debía tener un año. Agarró la cesta y la tiró para dentro, haciendo que el niño
cayera de bruces y empezara a llorar. Los demás niños fueron a ayudarle a
levantarse. Los cuidadores siguieron con sus canicas.
Con
8 años, el niño de las cimitarras había adquirido un nuevo nombre. Arsénico. Al
parecer, intentaron envenenarle con eso para quedarse con las cimitarras y no
funcionó, cayó automáticamente del plato. Arsénico se había hecho amigo de una
niña de su edad, llamada Lena. Dianne Lena. Era la protegida de los cuidadores
y de “el de arriba”, que dirige el orfanato. El la protegía de los niños que la
agredían por su privilegiada posición y ella le enseñaba a leer y le daba
libros. Arsénico se había interesado mucho por la lectura, y le encantaban los
libros policiacos. No esos en los que un detective descubre o se anticipa a
crímenes, esos le aburrían. No, los que a él le gustaban eran los libros de
Elblanco: Lapin masqué, o traducido “Conejo enmascarado”. No sabía como, pero
siempre conseguía lo que quería y se llevaba a las chicas a la cama. Aunque al
quitarse la máscara, se reían. Arsénico no entendía por qué. Tampoco entendía
cómo podían los dientes de la máscara moverse solos, pero bueno, eso no tenía
ninguna relevancia. Lo importante era el trabajo del Conejo. El robo. Ese arte
del camuflaje, de la magia, del engaño, todo en uno. Y de la fuga, claro está,
siempre tiene que haber una fuga espectacular. Nada tiene sentido sin una buena
fuga. Eso lo descubrió el pobre chico en la práctica, sobre todo. Un final en
el que te azotan no es un gran final.
Arsénico
había también adquirido un gran renombre por pasar desapercibido muy
fácilmente. Por eso mismo, Arsénico es la persona que pasa menos desapercibida
de todo el orfanato. Está claro que, a fuerza de convivir con alguien a quien
olvidas siempre, terminas por no poder evitar fijarte si está ahí o no.
Pero
lo que más renombre le dio, fue seguramente el hecho de poder desaparecer. A
veces, de pronto, Arsénico desaparecía por unos minutos. Estaba en un sitio y
¡PUF!, ya no estaba. Por desgracia para Arsénico, no podía controlarlo, sin
embargo los cuidadores no se interesaban en ello. Si perdían algo, le echaban
la culpa al chaval de volverse invisible y robarlo. Esta era una de las cosas
que le daba fuerzas a Arsénico para robarles en cuanto tenía la ocasión.
La
otra: el odio por los niños. Hasta para su protegida sentían un odio profundo.
Muchas veces la encerraban con los demás huérfanos sabiendo que sería golpeada.
Por suerte, Arsénico siempre estaba ahí para protegerla. Bueno, o al menos para
reconfortarla de que no era la única que recibe golpes.
El
novato ladrón tenía ya catorce años. Era esbelto y debía medir metro
sesentayalgo. Tenía un despeinado pelo castaño corto. Los ojos tenían el mismo
color. Vestía una camisa blanca y unos vaqueros algo estropeados. Sus
deportivas tenían algún que otro agujero.
Dianne
le saludó a lo lejos y llegó corriendo. Solo tenía un año menos que su amigo. Medía
unos pocos centímetros menos que Arsénico y tenía un pelo negro medio-largo
ondulado. Sus ojos eran castaño oscuro y tenía la piel blanca. Vestía una
sudadera negra con un dibujo amarillo, sus colores favoritos, y unos vaqueros
en perfecto estado. Sus zapatillas negras parecían nuevas. Llevaba en sus
brazos un montón de tela roja doblado.
-¿Qué
haces con eso en brazos? Hoy es tú gran día, al fin vas a dejar este sitio, no
deberías seguir con tus tonterías. – Le regañó Arsénico. Y era cierto, estaba pasando
algo sin precedentes en el orfanato de Mar. Iban a adoptar a alguien.
Normalmente, siendo un orfanato de tan mala fama, la gente dejaba ahí a sus
niños escapando de algo o tras morir y no tener dinero para dejarlos en un
lugar mejor. No tenían ninguna educación y eran agresivos, no importaba su
género. Pero Dianne había tenido una educación.
-¡El
arte no es ninguna tontería! Y encima, es un regalo para ti, Lapin. Un regalo
de despedida. – La joven se lo lanzó y el ladrón lo agarró en el aire. Lo
desdobló para observarlo mejor y lo elevó un poco. Era una gran capa de tela
roja, con una capucha cosida hecha del mismo material y color.
-¿Y
esto qué es?
-Una
capa. Con capucha. ¿Ahora estás ciego, Lapin? – Arsénico había cogido como
apellido el alias de su gran ídolo, aunque no le gustaba mucho utilizarlo,
porque le parecía que ni era la mitad de bueno que el original.
-¿Y
a esto lo llamas arte? ¿Además, para qué me sirve?
-Que
ni he aprendido a tejer, cabrón, esto es de principiante. Ya te haré algo mejor
cuando mejore, si nos volvemos a ver. ¿Quién sabe? Quizás cuando seas un ladrón
de verdad acabamos como en una de tus historias del Conejo.
-¿Tú
riéndote de mi? Bueno, que más dará… ¿Y la utilidad de esta… obra de arte?
-No
creerás que esa máscara de cartón que te hiciste sirve para algo, ¿verdad?
-¿¡Cómo
sabes tú eso?! ¡Has descubierto mi identidad secreta!
-Pues
bueno, con la capa te cubres el cuerpo, para robar sin que te vean y con la
capucha escondes tu pelo y un poco tu cara. Encima no te quejarás, es rojo, tu
color favorito.
-Bueno,
lo llevaré si tanta ilusión te hace… Ahora vamos, seguro que te están
esperando.
-Pero si yo no me quiero ir…
-Tonterías,
te están ofreciendo una ruta de escape, no la eches a perder. Encima,
últimamente los otros chicos están muy persistentes… - Esto, aunque no lo
sabían, se debía a algo llamado “adolescencia”. Mientras que antes, los chicos
iban con los chicos y las chicas con las chicas, algunos tendían a querer ahora
estar en grupos mixtos. Y algunos chicos habían visto privilegios en estar con alguien
protegido por los cuidadores, como por ejemplo no ser echado de una patada del
orfanato.
-Sí,
ya lo sé, y las chicas también me molestan por no fumar, pero ya sabes que lo
que yo quiero es…
-A
veces no hay que escoger lo que uno quiere, si no lo que es mejor para uno.
Venga vamos, después ya le agradecerás a quien te esté adoptando, ya lo verás.
– Una cuidadora llegó corriendo y agarró a Dianne por el brazo, llevándosela
por la fuerza. La joven giró su cabeza hacia Arsénico una vez más y soltó una lágrima.
El ladrón le sonrió y se despidió con la mano. Sin embargo, tras ese acto
despreocupado, sentía un gran dolor que no podía identificar.
El
ladrón había vuelto a su habitación y guardó en un cajón, doblada
meticulosamente, la capa. Con una mirada decidida, cogió su máscara y salió de
su habitación. Los cuidadores estaban muy ocupados despidiéndose, así que podía
entrar en la sala prohibida. Tenía que saber ya por qué a veces le llamaban “el
niño de las cimitarras”. Tenía que saberlo ahora que tenía la posibilidad.
En
la sala, había muchos ficheros. También había bastantes billetes verdes, pero
Arsénico no los cogió, los cuidadores los contaban meticulosamente. Cogió el
fichero de “desconocidos” y empezó a buscar. Ahí encontró su ficha:
“-Nombre:
Desconocido.
-Edad:
Un año más o menos.
-Progenitores:
Desconocidos.
-Razones
del abandono: Desconocidas.
-Proceso
de acogida: Fue dejado en una cesta delante de la puerta. Sobre la cesta había
unas cimitarras con vainas enjoyadas y una nota, la copia adjunta a la ficha.”
-¿Anomalías?
Se referirán a… ¿Mi invisibilidad? ¿Y esas cimitarras me pertenecen? ESAS
CIMITARRAS SON MÍAS. Claro, que siendo un ladrón, eso es algo bastante
hipócrita pero ME DA IGUAL, SON MÍAS. – La puerta se abrió. Arsénico cayó de
pronto y rodó hacia debajo de una mesa. Un par de cuidadores entraron. Si que
se dieran cuenta, el fichero que Arsénico había abierto se cerró lenta y
silenciosamente.
-Bueno,
ya nos hemos librado de la chavala esa, al fin. Maldita cría, ya le habría
enseñado yo a pedirnos cosas. ¿Qué se cree, que con un “por favor” se consigue
todo? Es el dinero el que lo da todo. Y es el dinero lo que la ha salvado…
-Ya
ves, tío. Y encima siempre con ese chaval, el de las cimitarras… Si no fuera
por eso, ese niñato ya se habría largado hacía mucho, de una patada. ¿Quién se
cree que es, con su mascara de cartón, cogiendo lo que no es suyo? ¡Robó de
nuestra comida!
-¡Es
que es increíble! ¡Un pollo en perfecto estado! ¿Acaso no se contentan con el
pan que les damos? – “Un trozo de pan duro al día… Y vosotros tenéis pollo,
cabrones.” Pensó el joven criminal. – ¡Pero nos hemos librado de su novia! ¡AL
FIN! ¡De patitas a la calle en cuanto tengamos la mínima oportunidad!
El
joven cerraba los puños con todas sus fuerzas. “Cálmate y no hagas nada.” Oyó
que le decían al oído. Pero no había nadie. Se había sonrojado por lo de
“novia”, y no podía perdonarles por todo lo que habían dicho. Salió de su
escondite y le dio un puñetazo en la cara al cuidador más cercano. El otro le
agarró, pero le soltó en seguida, con una mueca de dolor. Arsénico no sabía que
ocurría, pero huyó hacia su habitación antes de que alguno de los cuidadores
pudiera atraparle. Agarró la capa rápidamente y se la puso rodeando la cintura,
haciendo un nudo, a modo de cinturón. Unos segundos más tarde unos cuidadores
entraron y le agarraron. Cómo castigo le rompieron el brazo por golpear a un
cuidador y le echaron de una patada fuera del orfanato. Arsénico estaba loco de
rabia, pero no podía soportar el dolor.
Una
voz le empezó a llamar.
WAAAAAAAAAAAA. Contiuaaaaaa. Ha molado. Vaya final DDD:
ResponderEliminarBuen planteamiento, esto empieza a explicar lo que escribiste en el anterior spin-off
ResponderEliminarBuen trabajo :)