sábado, 6 de octubre de 2012

Arsénico Origins #1



Era un día soleado. El orfanato de Mar estaba más ajetreado que de costumbre. Los cuidadores estaban jugando a las canicas con los niños abandonados. Esto podría parecer muy banal si no se tiene en cuenta un dato bastante importante: los cuidadores no ganan dinero por hacer que los niños estén contentos, por consiguiente, no les importa que lo estén. De hecho, suelen disfrutar más cuando ven sufrir a niños y nadie puede decirles nada, puesto que no tienen a nadie de quien quejarse. Pero este caso era diferente. Este bebé no había sido abandonado de manera normal y estaba vigilado. Si querían obtener dinero, debían de cuidarlo. Los cuidadores no tenían mucha experiencia en ello y les costaba lo suyo, de hecho, no se daban cuenta de que el bebé, prácticamente un recién nacido, ni siquiera sabía jugar a las canicas. Pero veían que se entretenía viendo girar las bolitas, así que no les importaba nada. Nada les importa realmente salvo el dinero.


Llamaron a la puerta. A regañadientes, uno de los cuidadores apartó a uno de los niños que miraban como jugaban y abrió. No había nadie. Se disponía a cerrar la puerta cuando vio un ligero brillo. De una cesta sobresalían unas cimitarras con joyas incrustadas en las vainas. Las agarró rápidamente y observó. Podían sacar mucho dinero por esas cimitarras. “Pero las cimitarras… son de madera.” Pensó el cuidador. Bueno, no importaba, las podía sacar en cualquier momento y… No, no podía. Estaban incrustadas. “Bueh, solo las vainas ya valen dinero, no importa nada más.” Entonces, vio una nota pegada. “Por favor, acojan TAMBIÉN al niño que había bajo las cimitarras. Dénselas cuando muestre anomalías. Hasta entonces, hagan lo que les plazca con ellas.” El cuidador volvió a abrir la puerta. En la cesta donde estaban las cimitarras, había un niño mirándole. Debía tener un año. Agarró la cesta y la tiró para dentro, haciendo que el niño cayera de bruces y empezara a llorar. Los demás niños fueron a ayudarle a levantarse. Los cuidadores siguieron con sus canicas.

Con 8 años, el niño de las cimitarras había adquirido un nuevo nombre. Arsénico. Al parecer, intentaron envenenarle con eso para quedarse con las cimitarras y no funcionó, cayó automáticamente del plato. Arsénico se había hecho amigo de una niña de su edad, llamada Lena. Dianne Lena. Era la protegida de los cuidadores y de “el de arriba”, que dirige el orfanato. El la protegía de los niños que la agredían por su privilegiada posición y ella le enseñaba a leer y le daba libros. Arsénico se había interesado mucho por la lectura, y le encantaban los libros policiacos. No esos en los que un detective descubre o se anticipa a crímenes, esos le aburrían. No, los que a él le gustaban eran los libros de Elblanco: Lapin masqué, o traducido “Conejo enmascarado”. No sabía como, pero siempre conseguía lo que quería y se llevaba a las chicas a la cama. Aunque al quitarse la máscara, se reían. Arsénico no entendía por qué. Tampoco entendía cómo podían los dientes de la máscara moverse solos, pero bueno, eso no tenía ninguna relevancia. Lo importante era el trabajo del Conejo. El robo. Ese arte del camuflaje, de la magia, del engaño, todo en uno. Y de la fuga, claro está, siempre tiene que haber una fuga espectacular. Nada tiene sentido sin una buena fuga. Eso lo descubrió el pobre chico en la práctica, sobre todo. Un final en el que te azotan no es un gran final.
Arsénico había también adquirido un gran renombre por pasar desapercibido muy fácilmente. Por eso mismo, Arsénico es la persona que pasa menos desapercibida de todo el orfanato. Está claro que, a fuerza de convivir con alguien a quien olvidas siempre, terminas por no poder evitar fijarte si está ahí o no.
Pero lo que más renombre le dio, fue seguramente el hecho de poder desaparecer. A veces, de pronto, Arsénico desaparecía por unos minutos. Estaba en un sitio y ¡PUF!, ya no estaba. Por desgracia para Arsénico, no podía controlarlo, sin embargo los cuidadores no se interesaban en ello. Si perdían algo, le echaban la culpa al chaval de volverse invisible y robarlo. Esta era una de las cosas que le daba fuerzas a Arsénico para robarles en cuanto tenía la ocasión.
La otra: el odio por los niños. Hasta para su protegida sentían un odio profundo. Muchas veces la encerraban con los demás huérfanos sabiendo que sería golpeada. Por suerte, Arsénico siempre estaba ahí para protegerla. Bueno, o al menos para reconfortarla de que no era la única que recibe golpes.

El novato ladrón tenía ya catorce años. Era esbelto y debía medir metro sesentayalgo. Tenía un despeinado pelo castaño corto. Los ojos tenían el mismo color. Vestía una camisa blanca y unos vaqueros algo estropeados. Sus deportivas tenían algún que otro agujero.
Dianne le saludó a lo lejos y llegó corriendo. Solo tenía un año menos que su amigo. Medía unos pocos centímetros menos que Arsénico y tenía un pelo negro medio-largo ondulado. Sus ojos eran castaño oscuro y tenía la piel blanca. Vestía una sudadera negra con un dibujo amarillo, sus colores favoritos, y unos vaqueros en perfecto estado. Sus zapatillas negras parecían nuevas. Llevaba en sus brazos un montón de tela roja doblado.
-¿Qué haces con eso en brazos? Hoy es tú gran día, al fin vas a dejar este sitio, no deberías seguir con tus tonterías. – Le regañó Arsénico. Y era cierto, estaba pasando algo sin precedentes en el orfanato de Mar. Iban a adoptar a alguien. Normalmente, siendo un orfanato de tan mala fama, la gente dejaba ahí a sus niños escapando de algo o tras morir y no tener dinero para dejarlos en un lugar mejor. No tenían ninguna educación y eran agresivos, no importaba su género. Pero Dianne había tenido una educación.
-¡El arte no es ninguna tontería! Y encima, es un regalo para ti, Lapin. Un regalo de despedida. – La joven se lo lanzó y el ladrón lo agarró en el aire. Lo desdobló para observarlo mejor y lo elevó un poco. Era una gran capa de tela roja, con una capucha cosida hecha del mismo material y color.
-¿Y esto qué es?
-Una capa. Con capucha. ¿Ahora estás ciego, Lapin? – Arsénico había cogido como apellido el alias de su gran ídolo, aunque no le gustaba mucho utilizarlo, porque le parecía que ni era la mitad de bueno que el original.
-¿Y a esto lo llamas arte? ¿Además, para qué me sirve?
-Que ni he aprendido a tejer, cabrón, esto es de principiante. Ya te haré algo mejor cuando mejore, si nos volvemos a ver. ¿Quién sabe? Quizás cuando seas un ladrón de verdad acabamos como en una de tus historias del Conejo.
-¿Tú riéndote de mi? Bueno, que más dará… ¿Y la utilidad de esta… obra de arte?
-No creerás que esa máscara de cartón que te hiciste sirve para algo, ¿verdad?
-¿¡Cómo sabes tú eso?! ¡Has descubierto mi identidad secreta!
-Pues bueno, con la capa te cubres el cuerpo, para robar sin que te vean y con la capucha escondes tu pelo y un poco tu cara. Encima no te quejarás, es rojo, tu color favorito.
-Bueno, lo llevaré si tanta ilusión te hace… Ahora vamos, seguro que te están esperando.
 -Pero si yo no me quiero ir…
-Tonterías, te están ofreciendo una ruta de escape, no la eches a perder. Encima, últimamente los otros chicos están muy persistentes… - Esto, aunque no lo sabían, se debía a algo llamado “adolescencia”. Mientras que antes, los chicos iban con los chicos y las chicas con las chicas, algunos tendían a querer ahora estar en grupos mixtos. Y algunos chicos habían visto privilegios en estar con alguien protegido por los cuidadores, como por ejemplo no ser echado de una patada del orfanato.
-Sí, ya lo sé, y las chicas también me molestan por no fumar, pero ya sabes que lo que yo quiero es…
-A veces no hay que escoger lo que uno quiere, si no lo que es mejor para uno. Venga vamos, después ya le agradecerás a quien te esté adoptando, ya lo verás. – Una cuidadora llegó corriendo y agarró a Dianne por el brazo, llevándosela por la fuerza. La joven giró su cabeza hacia Arsénico una vez más y soltó una lágrima. El ladrón le sonrió y se despidió con la mano. Sin embargo, tras ese acto despreocupado, sentía un gran dolor que no podía identificar.

El ladrón había vuelto a su habitación y guardó en un cajón, doblada meticulosamente, la capa. Con una mirada decidida, cogió su máscara y salió de su habitación. Los cuidadores estaban muy ocupados despidiéndose, así que podía entrar en la sala prohibida. Tenía que saber ya por qué a veces le llamaban “el niño de las cimitarras”. Tenía que saberlo ahora que tenía la posibilidad.
En la sala, había muchos ficheros. También había bastantes billetes verdes, pero Arsénico no los cogió, los cuidadores los contaban meticulosamente. Cogió el fichero de “desconocidos” y empezó a buscar. Ahí encontró su ficha:
“-Nombre: Desconocido.
-Edad: Un año más o menos.
-Progenitores: Desconocidos.
-Razones del abandono: Desconocidas.
-Proceso de acogida: Fue dejado en una cesta delante de la puerta. Sobre la cesta había unas cimitarras con vainas enjoyadas y una nota, la copia adjunta a la ficha.”

-¿Anomalías? Se referirán a… ¿Mi invisibilidad? ¿Y esas cimitarras me pertenecen? ESAS CIMITARRAS SON MÍAS. Claro, que siendo un ladrón, eso es algo bastante hipócrita pero ME DA IGUAL, SON MÍAS. – La puerta se abrió. Arsénico cayó de pronto y rodó hacia debajo de una mesa. Un par de cuidadores entraron. Si que se dieran cuenta, el fichero que Arsénico había abierto se cerró lenta y silenciosamente.
-Bueno, ya nos hemos librado de la chavala esa, al fin. Maldita cría, ya le habría enseñado yo a pedirnos cosas. ¿Qué se cree, que con un “por favor” se consigue todo? Es el dinero el que lo da todo. Y es el dinero lo que la ha salvado…
-Ya ves, tío. Y encima siempre con ese chaval, el de las cimitarras… Si no fuera por eso, ese niñato ya se habría largado hacía mucho, de una patada. ¿Quién se cree que es, con su mascara de cartón, cogiendo lo que no es suyo? ¡Robó de nuestra comida!
-¡Es que es increíble! ¡Un pollo en perfecto estado! ¿Acaso no se contentan con el pan que les damos? – “Un trozo de pan duro al día… Y vosotros tenéis pollo, cabrones.” Pensó el joven criminal. – ¡Pero nos hemos librado de su novia! ¡AL FIN! ¡De patitas a la calle en cuanto tengamos la mínima oportunidad!
El joven cerraba los puños con todas sus fuerzas. “Cálmate y no hagas nada.” Oyó que le decían al oído. Pero no había nadie. Se había sonrojado por lo de “novia”, y no podía perdonarles por todo lo que habían dicho. Salió de su escondite y le dio un puñetazo en la cara al cuidador más cercano. El otro le agarró, pero le soltó en seguida, con una mueca de dolor. Arsénico no sabía que ocurría, pero huyó hacia su habitación antes de que alguno de los cuidadores pudiera atraparle. Agarró la capa rápidamente y se la puso rodeando la cintura, haciendo un nudo, a modo de cinturón. Unos segundos más tarde unos cuidadores entraron y le agarraron. Cómo castigo le rompieron el brazo por golpear a un cuidador y le echaron de una patada fuera del orfanato. Arsénico estaba loco de rabia, pero no podía soportar el dolor.
Una voz le empezó a llamar.

2 comentarios:

  1. WAAAAAAAAAAAA. Contiuaaaaaa. Ha molado. Vaya final DDD:

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  2. Buen planteamiento, esto empieza a explicar lo que escribiste en el anterior spin-off

    Buen trabajo :)

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